Entrevista que le hice a Carlos Villalón, el chileno ganador del segundo lugar de World Press Photo. Publicada en Km Cero.
Carlos Villalón: Un fotógrafo sin rollos
El chileno ganador del segundo lugar en la edición 2010 del World Press Photo, que ha publicado su trabajo en medios de prestigio mundial como National Geographic, sin químicos ni cuarto oscuro, revela lo que le hace click de Chile, la fotografía, el narcotráfico y su reciente premio.
Carlos Villalón.
Está parado en la mitad de la calle, al frente tiene filas de autos. El semáforo está en rojo. Su dedo se mueve rápido y suave varias veces sobre el obturador de la cámara de fotos. Luz verde y el sonido del motor es la indicación para correr a la vereda. Ha estado leyendo a Rimbaud, las canciones de Bob Dylan se le aparecen en los oídos y lo persigue la imagen del soldado cayendo de espaldas que hizo legendario al fotógrafo Robert Capa. La vio en una clase y se quedó en su disco duro. Él no quiere ser fotógrafo, pero sí saca fotos. Tiene que hacerlo, es una obligación. Entró a estudiar diseño gráfico, y en primer año ya pasó por su primer curso de fotografía, era en blanco y negro; ahora en segundo le toca registrar el mundo en colores. Estaba haciendo una revista con unos amigos y como contaba con el dinero suficiente y no tenían diseñador, consideró que lo mejor era estudiar para hacerse cargo. “Ya después de ese último año de escuela, dije jamás me voy a dedicar al diseño gráfico publicitario, voy a ser fotógrafo. Estamos hablando del año ‘90 y me salió un viaje a Nueva York”, cuenta Carlos Villalón, 44 años, el fotógrafo chileno premiado con el segundo lugar del World Press Photo 2010, en la categoría Noticias Generales.
Ya ha pasado bastante tiempo desde ese viaje en que por dos años se dedicó a trabajar en lo que fuera: sirviendo pan y agua en restoranes o como guía turístico, para reunir dinero y seguir acumulando viajes, en los que aumentó su disparejo currículum con actividades como pescadero en Alaska. Pero, algo se mantuvo inamovible: las fotos. Salía a caminar y sacaba fotos todos los días con su cámara Canon, montó un laboratorio de revelado en su departamento e hizo contactos con agencias periodísticas. De ahí, no paró más, viajar y fotografiar se volvieron sinónimos.
Aunque Villalón nació en Chile, su acento está bastante más cercano al de los colombianos, país donde reside hace nueve años, aunque a ratos se le escapan varios garabatos chilenos que usa para cerrar las frases, tanto como la palabra “viejo”. Con el pelo liso amarrado en una cola de caballo que no llega más allá del cuello de su camisa negra, tiene los minutos contados para conversar. Este país que encontró post terremoto, lo pilló también con un remezón personal, su papá está grave y hospitalizado: “Ya se está recuperando y quiere volver luego a la casa”, dice frente a su segundo café doble sin leche.
—¿Cuál es tu relación con Chile y tu noción de la patria?
—Nunca he tenido eso de la patria, lo del chauvinismo. Cuando tenía 15 años quería irme, porque había una dictadura, odiaba a los pacos y a los milicos. No creo en la canción nacional, ni que la bandera sea la segunda más linda de la vida. Aquí vive mi familia, amo a mi familia y a algunos amigos que tengo acá, y para mí eso es mi patria. Si me preguntan dónde viviría entre Santiago, Bogotá o Nueva York, diría Bogotá y después Nueva York. Chile es un país espectacular, porque aquí está la gente que más quiero.
—¿Qué tiene Colombia que te atrae tanto?
—La coca.
Luego de la respuesta, su risa se escucha fuerte. Desde que vive en Bogotá, la cocaína es su tema. En sus fotos la denuncia y conoce en detalle todas sus aristas: su producción, el comercio, los consumidores y a quienes terminan asesinados por ella. Fue precisamente, tras un tiroteo de narcotraficantes que captó la imagen con el cadáver del adolescente que le valió estar entre lo más selecto del fotoperiodismo mundial.
—¿Cuándo te encuentras con la coca?
—El año 2000 llegué a un pueblo escondido en el sur de Colombia, en el que vi que los campesinos usaban la coca como su propia moneda. Vivían aparte del estado colombiano que nunca les hizo un puente para conectarse con el resto del país. Ahí descubrí que no sólo es una droga, también es una religión y una arquitectura, pero que todo viene de una planta. Hay al menos tres santos de la droga, Jesús Malverde y la Santa Muerte en México y la Vírgen de los Sicarios en Colombia. Cuando los narcos se hacen millonarios, como tienen muy baja educación y una enorme cantidad de plata, construyen casas que son un homenaje al kitsch: ésa es la narcoarquitectura; y tienen minas que se operan para conquistarlos y se visten extravagantes. Entonces, es mucho más interesante que una planta que se convierte en un polvo blanco.
—Es más una adicción al dinero que a la droga.
—Exacto, los narcos no creo que anden aspirando cocaína, para ellos es un negocio, los que pierden son los que se la meten por la nariz. Yo cuando vi cómo se hace la cocaína, me pareció increíble que la gente no sepa y le guste. La hacen con cemento, con gasolina, con ácido sulfúrico o de batería de auto. Es como si agarraras un saco de cemento, y te lo comieras a cucharadas como Milo.
—También entrega un estatus social.
—En Wall Street, está la cultura de la cocaína como en la película American Psycho. Y bien, métete una línea, yo no tengo problemas con eso, no es una cosa moral, es que hay personas que mueren. 1.500 en Juárez el año pasado.
Cámara en mano
Villalón tiene a su lado una mochila, adentro está la cámara análoga que anda trayendo por estos días. Le gusta el proceso de revelado y al principio no tuvo una grata relación con la fotografía digital porque no conseguía las imágenes que quería. Ahora ya están reconciliados y alterna entre un estilo y otro.
—¿Siempre andas con la cámara?
— Mis amigos me dicen: “ Cómo andai’ con una cámara por la vida”. Les contesto: “Cómo te explico, si pasa algo y tengo que fotografiar, y no tengo la cámara, no voy a tomar un taxi y le voy a decir al momento que espere”. Si soy fotógrafo y ando buscando historias y no tengo una cámara, mejor me convierto en escritor. El otro día fui a una exposición y después a una fiesta y me decían: “Qué snob, está en la fiesta y tiene la cámara al hombro”. Viejo, piensen lo que quieran, no me interesa la opinión de los demás. Tengo una cámara porque soy fotógrafo, antes salía a comprar a la esquina con la cámara en Nueva York.
—¿Qué rol ocupa la cámara entre la gente y tú? ¿Es un filtro?
—No, no creo. Cuando saco fotos la cámara es lo mismo que yo. Es un objeto en las manos que sirve para captar un momento, pero jamás la ocuparía como filtro, no quiero un distanciamiento entre la gente y yo. Me gusta estar ahí con ellos, siempre muy, muy cerca.
—¿Cómo consigues ese acceso?
— La gente que uno considera como criminales, yo creo que de alguna manera piensan que están ahí por alguna razón. La mayoría de las veces su discurso es: “Yo era pobre, y la sociedad no me daba nada”. Uno llega donde estos tipos y les dice: “Mira yo tengo curiosidad, quiero saber por qué tú haces esto”, sin tener una opinión anticipada, sin juzgar. Hay muchos que me han dicho: “qué bueno que alguien se interese en mi vida, que sólo sale en los periódicos manchada de sangre”. También hay otros locos que son súper egocéntricos. Es como la maldad de Calígula y les gusta que les saques fotos. Hay que ser súper sincero, si no tengo interés no lo hago.
—¿Se ha perdido la curiosidad en el periodismo?
— No conozco mucho del periodismo chileno, miro los diarios y los encuentro súper malos. Las publicaciones dejan mucho de lado, no cubren lo que son las noticias. En TVN un día estuve pegado a la tele, viendo lo del terremoto y estuvieron cinco horas mostrando a la gente saqueando, pero no daban ningún contexto. Era como están robando, están robando, están robando. Tiene que haber mucho más. Sí, están robando, pero está pasando esto, esto y esto. No explican por qué están robando. Me parece súper malo para el periodismo y la mayoría del periodismo en el mundo es igual.
—Tú trabajas en situaciones de conflicto. ¿Cómo vives el proceso de plasmar tu creatividad y estética en eventos lamentables?
— No sé, no me pregunto mucho eso, cuando uno entra a esta profesión uno quiere ser fotógrafo de conflicto y hay una cosa de ego, pero tal vez ese ego te salve la vida. Es como quiero la aventura y la vida glamorosa de Robert Capa y tomar champaña con las chicas más bellas cuando vuelva a casa después de la guerra. Y conozco a muchos fotógrafos que son así, que son jóvenes y hablan de las armas y que les han disparado. Viene con el proceso de ser joven, si fuiste a una guerra donde estaban bombardeando y te salvaste y no eres tan maduro, te crees héroe. Yo ya no lo veo así, antes hace muchos años, si sabía de una guerra en tal parte, quería ir, no tenía claro a qué, pero quería ir a sacar fotos. Ya no quiero ir a una guerra a buscar la mejor foto y ser el campeón. Me interesa la gente que sufre. La foto del tipo con el fusil ya se hizo, me interesa ir a ver qué pasó con esa señora a la que le mataron el hijo, creo que esa es la parte que hay que cubrir ahora, el sufrimiento humano, la gente que está metida en esto sin querer estar metida.
—¿Y te afecta emocionalmente estar ahí?
— Igual te afecta de alguna manera. Te aseguro que mi vida no es como la de alguien que vive en la playa. Nunca me ha preocupado qué me afecta ni cuánto me afecta. He visto cosas que son increíblemente tenaces, duras y me quedo pensando y digo qué terrible, me estoy volviendo súper frío, y después no soy frio, estoy haciendo mi trabajo. No quiero preocuparme si tengo que ir a un sicólogo o si estoy loco, cuando esté viejo puedo escribir y buena onda. Decir estoy loco y me voy a volver alcohólico, es algo que la gente ocupa como cosa de ego. Estoy haciendo un trabajo no más y no me quiero preocupar de si estoy traumado o no.
—Entonces, ¿qué sientes cuando estás sacando fotos?
— Me siento espectacular, es lo que más me gusta hacer en la vida, puedo tener un problema gigantesco, pero si tengo una cámara todo se borra, me siento increíblemente relajado y agradecido de haber encontrado este oficio.
Una foto de diez
El periodista de CNN, Karl Penhaul, se estaba alojando en la casa de Carlos, mientras hacían reparaciones en su departamento. Antes habían trabajado juntos registrando el narcotráfico y Villalón le propuso que se fueran a Medellín, donde las muertes y la violencia se estaban convirtiendo en parte del ADN de la zona. Se hicieron amigos del Cuerpo Técnico de Investigaciones, que cumplen el rol de policía fiscal, quienes no les dieron apoyo oficial, pero les ofrecieron que si querían los podían seguir en su auto. Así estuvieron un día entero desde las 2 de la tarde hasta las 4 de la madrugada. En la noche, antes de que cercarán el lugar, Carlos vio tirado al protagonista de su foto. Era adolescente, estaba ensangrentado y en el borde de su calzoncillo se leía la frase Sex life: ése detalle lo hizo acercarse. Ahí tuvo la imagen ganadora del segundo lugar en World Press Photo.
Foto: Carlos Villalón.
—¿Cómo logras equilibrar contenido y forma en una foto como ésa, considerando la instantaneidad?
— Es costumbre, se aprende con el tiempo. Esa foto es producto de tres semanas de trabajo y no es la única, fui a lugares donde había mucha gente muerta, y hay muchas de esas. Esta la verdad es que ni siquiera la iba a mandar al concurso, en el último minuto la agregué a las diez fotos que envié, porque me di cuenta de que era cruda y extremadamente de prensa. Es una buena manera de cerrar la historia, es el fin del proceso de la coca, los cabros chicos no tienen plata, los contratan los carteles de la droga para que se maten entre ellos, y aquí está el resultado.
Hay una cosa que me pareció espectacular, que al chico se le ve el borde del calzoncillo y dice Sex life. Por eso me acerqué tanto, no para mostrar la crudeza de la sangre y eso. No me resultaba por la luz, se veía oscuro, pero me parecía espectacular que encima de este cuerpo masacrado dijera: “El sexo es vida”. Estaba buscando la foto y la encontré. Mientras la hacía, sabía que ningún periódico la iba a publicar, excepto a que viniera en un contexto, porque es demasiado cruda.
—¿Cuánto hay de morbo al acercarte a hechos así y exponerlos?
— No existe esa palabra en mi oficio, para nada, yo la muestro porque tiene una significancia increíble y no es la sangre, es un niño que podría estar en el colegio y lo mataron. Yo no tengo personalmente nada de morbo. He dicho jamás voy a cubrir accidentes de tránsito, o terremotos. No creo que tengan un contexto en periodismo. Tampoco veo morbo en que se publique la foto. Hay miles de personas que lo ven como morbo, pero ese es un problema de ellos y que ellos lo definan en sus mentes.
—¿Qué significa el premio del World Press Photo para ti?
— Ojalá que signifique que las historias en las que yo participo, tengan más salidas. Que se traduzca en eso, en que se puedan mirar más las historias.
— Con premios y todo, tu trabajo debe tener sus costos.
— Uno de los costos puede ser no tener una pareja estable, tengo 44 años, no tengo esposa y no tengo hijos, pero no lo veo en términos de costos. Es lo que elegí, no es una carrera que deje mucho dinero; sin embargo, como no tengo la esposa y los dos hijos, si quiero me tomo un avión y me voy a Afganistán mañana. No echo de menos tener un departamento en Nueva York, me lo podría haber comprado hace veinte años, prefiero recorrer el mundo completo y todavía me falta. No hubiera podido estar en Colombia nueve años, que es algo que me encanta. No sé si cuando tenga 70 años me sienta solo, pero hay que aceptar las decisiones que uno toma y todo bien, no pienso que he perdido, pienso que he ganado. No tengo rollos.
Todavía en laboratorio
Foto: Carlos Villalón.
Además de su trabajo vendiendo sus fotos a través de la agencia Redux Pictures a medios como el New York Times y National Geographic, Carlos Villalón, lleva años concentrado en dos proyectos, que espera terminar en 2010. El primero es un seguimiento al proceso de la cocaína, desde que es una planta y todas las etapas posteriores. Planea hacer un libro fotográfico y está en conversaciones con dos editoriales, una en Colombia y la otra en Nueva York. A esa iniciativa se suma una sobre los indígenas que viven en el Tapón del Darien (en la foto), una selva entre Colombia y Panamá, en la que durante décadas se ha combatido la construcción de la carretera Panamericana, para preservar el medioambiente y la cultura Tule.