Momentos en Salzburgo


Esta columna publicada en la web de la Facultad de Comunicaciones de la UC, relata brevemente mi experiencia en el Salzburg Global Seminar 2008.

Momentos:

 

Son los pequeños fragmentos que quedan en la memoria, los que hacen que un viaje perdure y el Salzburg Global Seminar estuvo plagado de esos “momentos”.

Podría escribir sobre la importancia de la Media Literacyo alfabetización mediática. Podría escribir sobre lo grande que nos hace compartir opiniones con personas de otras culturas. Podría escribir sobre cómo los medios de comunicación son fundamentales en la construcción de la sociedad. Pero prefiero hablar de momentos. Sí, momentos. Pequeños espacios de tiempo que hicieron única mi experiencia en el Salzburg Global Seminar. Finalmente esas Polaroids mentales que se repiten una y otra vez en la memoria como una función personal de diapositivas, hacen que un viaje valga la pena.

Parto con las nubes de Munich, el avión pasa a través de ellas y son las nubes más lindas que he visto en mi vida, descubro figuras, las atravieso, es como flotar, ahora entiendo eso de “estar en las nubes”. Estaba llegando a Alemania, un bus nos llevaría a Austria, específicamente a Salzburgo, el viaje recién comenzaba y ya me daba por satisfecho con las nubes.

Esas nubes me estarían esperando nuevamente cuando emprendiera el regreso. Pero entonces, ya serían un recuerdo más. Estarían acampando en mi memoria reciente al lado de otras imágenes. Junto a la Schloss Leopoldskron, también conocida como “La Casa de La Novicia Rebelde”, por algunas escenas de la película que se filmaron en el lugar.

 

 

 


Espacio donde los alumnos del seminario compartíamos nuestras comidas y donde tras una ardua lucha con la lavadora, mientras esperaba mi ropa, terminé en una noche de tormenta a la una de la madrugada frente a un computador en la biblioteca vacía, bajo la atenta mirada de los querubines que colgando de las paredes me permitieron jugar a que era el dueño del lugar.

 

 


Hablando de adueñarse, aunque desde una perspectiva económica sea una palabra con una connotación negativa, creo que es bastante clarificadora al hablar de esta experiencia. Porque en las tres semanas que duró el seminario, los estudiantes nos adueñamos de la Schloss y de la ciudad. Salzburgo empezó a sonar con acentos y a oler a mundo. Y en ese adueñarse del espacio se produjo con el tiempo un adueñarse de sí mismo, que los siúticos llamarían el “viaje interior”.

Ahí surge otro de mis momentos, último fin de semana, salgo a recorrer la ciudad con un mapa que no miro, busco perderme, con la seguridad de que Salzburgo es un lugar en el que al final uno nunca se pierde del todo. Además, hasta perderse es atractivo en una ciudad desconocida. Camino, camino y camino, subo a un cerro y me encuentro con la ciudad completa bajo mi nariz.

 


Me siento en una banca y recapitulo, escaneo cada día, cada “momento”. Y me doy por satisfecho, es entonces cuando uno se da cuenta de que al partir a un viaje como este sólo hay preguntas y de lo increíble que resulta cómo van surgiendo las respuestas en todo lo que miras, escuchas, conversas, sientes, hueles, palpas, en lo que te llena y en lo que te deja sensaciones de vacío.

Antes que cualquier terapia alternativa, salir de tu contexto diario te limpia y te carga las pilas. Incluso las situaciones más frustrantes se convierten en buenas experiencias: debates que te dejan con la bala pasada, conversaciones que se pierden en la traducción, lugares turísticos que de tan turísticos se vuelven impersonales.

Un ejemplo, quizás el más caricaturesco de cómo el juicio de la memoria a veces es más justo que el razonamiento inmediato. Me habían recomendado que no fuera al Museo de Salzburgo, no hice caso, aunque tenían razón, es uno de los peores museos en los que he estado en mi vida. Extremadamente localista, con una sala en honor a la familia más millonaria de la ciudad y un recorrido eterno con vidas de personajes que sólo son conocidos por los habitantes de Salzburgo.

Sin embargo, al llegar a Chile noté que nunca había tenido tanto que contar sobre un museo. Finalmente quienes nos preparamos para ser periodistas buscamos eso: relatos, historias para contar. En ese museo conocí la sala dedicada a Hans Florey, un artista genial o sólo chiflado que descompone matemáticamente las melodías de Bach, para convertir sus resultados numéricos en formas geométricas que al ser coloreadas presenta como obras de arte. Por historias como la de Florey, vale la pena soportar un museo de pesadilla. Por historias como esa vale la pena hacer un viaje tan gratificante como este.


Lo que más aprendí después de esto fue que en el periodismo donde estamos obligados a siempre tener algo que decir, resulta un ejercicio increíble dejarse permear por las historias y personajes, escuchar, mirar y aprender.

La semana de mi regreso tuve una clase, en una extraña coincidencia, un profesor que explicaba la mentalidad detrás de la cultura griega contó la historia de dos hombres, uno le pregunta al otro: “¿Por qué vives?”. El segundo contesta: “Por curiosidad, deseo conocer”. Esa historia me dejó helado, porque el Salzburg Global Seminar con todos sus momentos, me regaló la capacidad de volver a sorprenderme como un niño frente al mundo y sus estímulos. Si eso es ser periodista, espero serlo toda la vida.