Esperando el choque.
Existe algo contra lo que no podemos luchar, por más que lo intentemos no somos más que fragmentos de una historia que como sea debe completarse. Somos los juguetes del destino.
Así funciona el mundo en Crash, vidas unidas por el infinito en choques fortuitos. Caracteres opuestos, cargados de prejuicios, de racismo, que se ven obligados a comulgar en función de un fin último que está por sobre ellos.
Paul Haggis, el guionista y director, logra llegar a la esencia de lo que somos como especie humana, a partir de una perspectiva amplia cargada de un preciso ojo sociológico que lentamente va estrechándose para mostrarnos a personas comunes y corrientes, simplemente eso, personas sin disfraces ni poses, llevadas a situaciones extremas que no permiten más que los sentimientos básicos que todos transportamos.
Crash, puede definirse como una “película magnolia”, en homenaje a la obra maestra de Paul Thomas Anderson. Una historia coral, con pétalos que se tambalean, caen y renacen fortalecidos, alrededor de un denominador común, en este caso: la falta de comunicación, elemento incitador de los prejuicios que hacen actuar a los personajes.
Estamos ante un película que sorprende, que desgarra, que nos hace cuestionarnos hasta que punto existe el libre albedrío y cómo podemos corregir nuestras acciones. Pocas veces una cinta es capaz de conseguir la catarsis en los espectadores de la manera en que Crash lo hace, por momentos las lágrimas se hacen inevitables y nos olvidamos de que estamos frente a actuaciones, de verdad lamentamos lo que ocurre en las vidas de esas personas y esperamos que mejoren, porque no son más que un reflejo fidedigno del mundo real.
Crash es una película incontable e imposible de resumir, son tantas las sutilezas, que no sería más que un acto de soberbia siquiera intentar hacerlo. Sólo me atrevo a decir que es un filme iluminador, necesario, genialmente realizado y que más allá del premio Oscar como Mejor Película, de todas maneras será reconocida para siempre por lo espectadores, ya que sin falsos discursos pacifistas, utilizando como arma la realidad, nos invita a regenerarnos. A no esperar un choque para darnos cuenta de que vivimos rodeados de miles de personas, cada una con una historia que contar, tal como reza una canción de los White Stripes.
Siempre habrá que completar el trozo de la cadena que el destino espera de nosotros, pero la idea es hacerlo sin que nos presione. No podemos predecir casi nada de lo que nos ocurrirá, sin embargo al menos somos capaces de cambiar el cómo, eso es lo que está en nuestras en manos y es el mensaje último de la cinta. Existen películas que nos gustan, porque cuentan buenas historias y otras como Crash, porque son la vida misma.
Existe algo contra lo que no podemos luchar, por más que lo intentemos no somos más que fragmentos de una historia que como sea debe completarse. Somos los juguetes del destino.
Así funciona el mundo en Crash, vidas unidas por el infinito en choques fortuitos. Caracteres opuestos, cargados de prejuicios, de racismo, que se ven obligados a comulgar en función de un fin último que está por sobre ellos.
Paul Haggis, el guionista y director, logra llegar a la esencia de lo que somos como especie humana, a partir de una perspectiva amplia cargada de un preciso ojo sociológico que lentamente va estrechándose para mostrarnos a personas comunes y corrientes, simplemente eso, personas sin disfraces ni poses, llevadas a situaciones extremas que no permiten más que los sentimientos básicos que todos transportamos.
Crash, puede definirse como una “película magnolia”, en homenaje a la obra maestra de Paul Thomas Anderson. Una historia coral, con pétalos que se tambalean, caen y renacen fortalecidos, alrededor de un denominador común, en este caso: la falta de comunicación, elemento incitador de los prejuicios que hacen actuar a los personajes.
Estamos ante un película que sorprende, que desgarra, que nos hace cuestionarnos hasta que punto existe el libre albedrío y cómo podemos corregir nuestras acciones. Pocas veces una cinta es capaz de conseguir la catarsis en los espectadores de la manera en que Crash lo hace, por momentos las lágrimas se hacen inevitables y nos olvidamos de que estamos frente a actuaciones, de verdad lamentamos lo que ocurre en las vidas de esas personas y esperamos que mejoren, porque no son más que un reflejo fidedigno del mundo real.
Crash es una película incontable e imposible de resumir, son tantas las sutilezas, que no sería más que un acto de soberbia siquiera intentar hacerlo. Sólo me atrevo a decir que es un filme iluminador, necesario, genialmente realizado y que más allá del premio Oscar como Mejor Película, de todas maneras será reconocida para siempre por lo espectadores, ya que sin falsos discursos pacifistas, utilizando como arma la realidad, nos invita a regenerarnos. A no esperar un choque para darnos cuenta de que vivimos rodeados de miles de personas, cada una con una historia que contar, tal como reza una canción de los White Stripes.
Siempre habrá que completar el trozo de la cadena que el destino espera de nosotros, pero la idea es hacerlo sin que nos presione. No podemos predecir casi nada de lo que nos ocurrirá, sin embargo al menos somos capaces de cambiar el cómo, eso es lo que está en nuestras en manos y es el mensaje último de la cinta. Existen películas que nos gustan, porque cuentan buenas historias y otras como Crash, porque son la vida misma.