
Hoy en día no es muy común creerse una película, pensar por un rato que todo lo que ves en la pantalla de verdad está pasando, olvidarse de que esos tipos son actores, de que hay un equipo detrás, etc. Por lo tanto, cuando ocurre el extraño milagro de que una cinta te mete en un universo hasta que casi logras sentir el olor de la escena, le agradeces por devolverte la fe en el cine.
Por un par de horas estuve en el Nueva York de los ‘70, conocí a la mafia afro americana del narcotráfico, respete y temí a su capo Frank Lucas (Washington) y también simpaticé con el Detective Richie Roberts (Crowe), que nos vende la pomada de un héroe jodidamente humano y aproblemado, lo que lo hace más heroico todavía.
La película le debe mucho de su realismo al artículo sobre Frank Lucas que escribió el periodista Mark Jacobson, para The New York Magazine. El reportaje en el que se basó el guión y que puedes leer aquí, nos muestra con detalles la vida de un hombre al que no le quedó otra que ser el más choro de su calle para sobrevivir. Un personaje que pudo ser una caricatura vergonzosa en manos de otro actor que no fuese Washington, quién en vez de perderse en muletillas para demostrarnos que estamos frente a un mafioso, nos tira de lleno a un ser humano.
Ridley Scott vuelve sólido al mundo de la mafia, mostrando una contundente evolución frente a lo que había mostrado en 1989 con Black Rain, y junto a Denzel Washington, le regalan a Frank Lucas su espacio en un paseo de la fama agujereado por metralletas junto a Don Corleone, Tony Montana y otros tantos ilustres de la mafia que nos ha dado la pantalla.
Ridley Scott vuelve sólido al mundo de la mafia, mostrando una contundente evolución frente a lo que había mostrado en 1989 con Black Rain, y junto a Denzel Washington, le regalan a Frank Lucas su espacio en un paseo de la fama agujereado por metralletas junto a Don Corleone, Tony Montana y otros tantos ilustres de la mafia que nos ha dado la pantalla.