En una ciudad en ruinas sólo se escucha una voz. El hombre lleva una guitarra y camina entre los escombros y cadáveres, cantando: “I’m gonna make it through this year/ if it kills me.” Sin embargo, no le canta a los vestigios, ni al vacío, ni al cielo, ni al infierno, ni a ese único árbol que queda en el lugar, esperándolo al final de su camino, para que descanse.
No, sus versos tienen un único destinatario, Mike Noonan, su padrastro, quién encarna también a sus recuerdos, a su infancia en California, a su primera novia, a los llantos de su madre, un poco a él mismo. A ese niño de 5 años que se refugiaba en la música de su radio a pilas cuando su mamá y Noonan discutían, un pequeño John Darnielle que comenzaba a llenar su cabeza de personajes, de un imaginario que iría en amplio aumento a lo largo de los años hasta convertirse en canciones inspiradas, con líricas cercanas a lo literario.
Personajes que conoció alguna vez o que se inventó, que en este disco, Darnielle, voz, guitarra y alma de The Mountain Goats, deja un poco de lado, para crear un material personal, que nace tras la muerte de su padrastro como un ejercicio terapéutico, pero que termina emocionando a muchos. En este proyecto lo acompaña en el bajo Peter Hughes, su colaborador habitual, más una banda que incluye piano, batería, teclados y cello, conformando un sonido sencillo, que acompaña a las letras, dándoles el realce necesario, para ser apreciadas en toda su magnitud.
Tal como existen las feel good movies, esas cintas que después de verlas te hacen sonreír, acá nos encontramos ante un feel good record, un disco que te invita a volver a creer en la esperanza, en la acumulación de experiencias como la materia que conforma a los seres humanos y en el valor de la memoria como refugio. Cada track es como una colección de polaroids que se va desplegando ante nosotros, con olor a brownie y a capuchino.
Aún cuando el disco funciona como un conjunto, destaca por su intensidad “Dilaudid”. En este tema el fantasma de Eleanor Rigby se pasea bailando entre el cello en crescendo, mientras la voz nasal y desesperada de Darnielle, pide un beso, sólo un beso por Dios, un beso con la boca abierta a su chica de los 16 años, antes de que todo se vaya al carajo, para luego regalarnos unos segundos de silencio que nos preparan para recibir el impacto de “Dance Music”, una melodía alegre que contrasta con la historia de violencia intrafamiliar que relata la letra. Así el disco se va amalgamando, generando un cúmulo de sensaciones que despiertan nuestros propios recuerdos.
The Sunset Tree es un disco profundo en su sencillez, que mantiene la honestidad y el amor a la música en su esencia más pura, como los casetes caseros que Darnielle grababa en su Panasonic FT 500.
Más allá de lo musical, la razón por la que hay que escucharlo, es por su espíritu, estamos ante un trabajo que no aspira a cuestionar la forma, ni a cambiar la historia de la música con algo súper ultra híper novedoso, sino que simplemente nos encontramos con canciones llenas de corazón.
John Darnielle sigue caminando hacia el árbol, en el suelo se encuentra con una vieja edición del New Yorker, lo hojea, en una página aparece mencionado como el mejor letrista no rapero, se ríe, deja la revista en el cemento y continúa su camino.
La sombra del árbol que lo espera está cada vez más cerca, mira hacia atrás, no hay más que una gigantesca nube de polvo, decide no volver a detenerse, se acomoda bajo la sombra de su Sunset Tree y buscando la mirada cómplice de su padrastro en algún lugar del infinito, proclama lo que nos dejó claro en este disco: “Some things you do for money /and some you do for love love love”.