Columna publicada en el diario La Segunda el 03-10-2017.
El llamado debate organizado por la Asociación Nacional de la Prensa
evidenció, desde la primera toma, que los ocho candidatos presidenciales no
debatirían. Figuritas de acción en la vitrina de una juguetería, de hombros
paralelos, con la vista hacia la audiencia y los periodistas que los
interrogarían en el Congreso Nacional.
La disposición de un examen de grado o, peor, de un pelotón de fusilamiento,
como si tuviesen que caer de a uno para que sólo una o un sobreviviente
pudiese llegar al 21 de mayo próximo, cuando pronunciará su primera cuenta
pública desde ese mismo lugar.
Si quienes están llamados a debatir no pueden siquiera mirarse a los ojos, las
posibilidades de interacción están bloqueadas. La televisión abierta abunda
en programas de entrevistas individuales a los candidatos. Ahí han surgido ya
las preguntas planteadas en esta semiconferencia de prensa, en formatos
más dinámicos y horarios variados, que no compiten con las teleseries.
La literatura sobre debates televisados coincide, desde la década de los 60
en adelante, en que una de las ventajas que ofrece esta instancia es
comparar las ideas y carácter de los contendores, aprovechando las cualidades emotivas del lenguaje televisivo para verlos desenvolverse en un
entorno desafiante.
Para conseguir esa comparación, el formato debe garantizar que los
candidatos planteen posturas sobre temáticas comunes, relevantes para los
votantes, que evidencien sus diferencias y visiones.
Los pocos contrastes bilaterales que ofreció este encuentro, en su mayoría
propiciados por iniciativa de los candidatos, fueron los que pudo rescatar la
prensa en escuálidas notas sobre tres o cuatro temas.
Esos fueron los escasos momentos de riesgo y espontaneidad de un espacio
que por antonomasia debiese mantener una tensión permanente si en cada
afirmación se está trazando el futuro del país.
Este encuentro no llegó a ser un evento mediático; su escasa audiencia
estuvo acorde con sus repercusiones y su imagen más memorable ni siquiera
la aportó la transmisión televisiva, sino una foto, compartida después en las
redes sociales, con uno de los candidatos dando la espalda mientras los
demás sonreían a una cámara. Un guiño de humor, la única emoción que
dejó este evento, además del tedio.