La entrevista se puede escuchar en este link.
Academia
Entrevista en radio Rock and Pop sobre Fake News
La entrevista que me hicieron con el análisis al fenómeno de las fake news se puede escuchar en este link.
Mesa redonda sobre el futuro de las revistas “¿Qué pasa Paula?”
Fui invitado a moderar esta mesa sobre el futuro de la industria de las revistas. Se puede ver acá:
Fact Checking UC: primer semestre gobierno de Piñera y cuenta pública 2018
Para el ejercicio del primer semestre de 2018 lanzamos un sitio propio http://www.factchecking.cl, que fue distribuido por T13.cl
Llevamos a cabo dos verificaciones, una al primer semestre del gobierno de Piñera y su equipo político: leer acá.
La segunda a la cuenta pública presidencial: leer acá.
Entrevista para T13, en la que explico el ejercicio en este link.
Una democracia constipada
Artículo en la edición 54 de la revista de la Asociación Nacional de la Prensa el 19/03/2018.
La edición completa de la revista se puede leer acá.
Fact Checking UC Elecciones Presidenciales 2017
En la Facultad de Comunicaciones UC, me tocó liderar como profesor y editor la verificación a las afirmaciones de los candidatos presidenciales durante la campaña y el debate ANATEL de primera vuelta.
El resultado se publicó en T13.cl
Acá pueden encontrar la verificación a la campaña.
Acá pueden encontrar la verificación al debate.
Columna que escribí y se publicó en T13.cl con la principal conclusión obtenida tras esta experiencia:
Más exigencia a los comandos
Por Enrique Núñez Mussa, Profesor Facultad de ComunicacioNES uc
El ejercicio de chequeo a las afirmaciones de los candidatos presidenciales durante la campaña y el debate Anatel, que llevamos a cabo con estudiantes de Periodismo en la Facultad de Comunicaciones UC, nos permitió percibir problemas en los que será relevante trabajar para evolucionar en la calidad de nuestra política.
Al aplicar la metodología de proyectos de referencia en verificación de datos como Politifact, se les permitió a los comandos transparentar las fuentes de los datos entregados por sus candidatos en cada afirmación. Hago énfasis en la palabra permitió, porque se trataba de una oportunidad para que los comandos pudiesen fundamentar los discursos de cada aspirante a La Moneda, evidenciando fuentes certeras para llevar a cabo un proyecto país.
Aunque hubo comandos con mejor disposición que otros, la reacción mayoritaria fue como si estuviesen ofreciéndonos un servicio. Arguyendo problemas de tiempo o con explícito enojo, no contestaron o evadieron entregar la información. Otras veces, lo hicieron sólo tras una intensa insistencia o para ayudar con la tarea. Rara vez con la comprensión de que, en realidad, a los que se les ofrecía una oportunidad era a ellos.
“Aunque hubo comandos con mejor disposición que otros, la reacción mayoritaria fue como si estuviesen ofreciéndonos un servicio. Arguyendo problemas de tiempo o con explícito enojo, no contestaron o evadieron entregar la información”
Para un ejercicio como éste, no dependíamos de los comandos para levantar la información, podíamos rastrearla a través de caminos alternativos que serían explicitados en los artículos. Si bien estábamos actuando en el rol de perros guardianes del Periodismo, fiscalizar a la autoridad no es sinónimo de “pillarla”, sino de exigirle que esté a la altura de la sociedad que planea dirigir. Cuán ideal sería por el bien de nuestro país que un ejercicio como este impulsara a que los políticos fuesen más creíbles y presentaran información lo más ajustada posible a la realidad de Chile.
Al observar una cultura en que los comandos consideran que les hacen un favor a los estudiantes de Periodismo al contestarles el teléfono, se evidencia su escasa costumbre a ser fiscalizados, lo que implica que sus estándares no son los de esa evaluación. El celo por controlar el mensaje, se hizo patente a través de reclamos, incluso cuando accedimos a fuentes que dejaban a sus candidatos como creíbles.
Esperamos con este tipo de ejercicio avanzar en construir una práctica que lleve a los comandos a trabajar con umbrales altos de exigencia al escoger los datos con los que pretenden hacer una radiografía del país y elaborar propuestas. Por ahora, nos enfrentamos a dos que construían afirmaciones desde Wikipedia, como también, con contadas excepciones, a un uso pobre de fuentes primarias, tanto en su origen, selección e interpretación.
Un comando, el equipo que sueña con construir un país junto a un candidato, debiese contar con investigadores que sean capaces de entregar un panorama del país y sus problemas, lo más certero posible. Un ejercicio de verificación como este, no sólo pone en juego la credibilidad de los candidatos, sino la capacidad de sus equipos de presentar problemas y concebir soluciones para Chile.
Es también una alerta al periodismo diario, que requiere trabajar también con fuentes primarias y no depender sólo de la cuña del día, para contra preguntar con información que exija más a quiénes deben responder los cuestionamientos.
Un no debate
Columna publicada en el diario La Segunda el 03-10-2017.
El llamado debate organizado por la Asociación Nacional de la Prensa
evidenció, desde la primera toma, que los ocho candidatos presidenciales no
debatirían. Figuritas de acción en la vitrina de una juguetería, de hombros
paralelos, con la vista hacia la audiencia y los periodistas que los
interrogarían en el Congreso Nacional.
La disposición de un examen de grado o, peor, de un pelotón de fusilamiento,
como si tuviesen que caer de a uno para que sólo una o un sobreviviente
pudiese llegar al 21 de mayo próximo, cuando pronunciará su primera cuenta
pública desde ese mismo lugar.
Si quienes están llamados a debatir no pueden siquiera mirarse a los ojos, las
posibilidades de interacción están bloqueadas. La televisión abierta abunda
en programas de entrevistas individuales a los candidatos. Ahí han surgido ya
las preguntas planteadas en esta semiconferencia de prensa, en formatos
más dinámicos y horarios variados, que no compiten con las teleseries.
La literatura sobre debates televisados coincide, desde la década de los 60
en adelante, en que una de las ventajas que ofrece esta instancia es
comparar las ideas y carácter de los contendores, aprovechando las cualidades emotivas del lenguaje televisivo para verlos desenvolverse en un
entorno desafiante.
Para conseguir esa comparación, el formato debe garantizar que los
candidatos planteen posturas sobre temáticas comunes, relevantes para los
votantes, que evidencien sus diferencias y visiones.
Los pocos contrastes bilaterales que ofreció este encuentro, en su mayoría
propiciados por iniciativa de los candidatos, fueron los que pudo rescatar la
prensa en escuálidas notas sobre tres o cuatro temas.
Esos fueron los escasos momentos de riesgo y espontaneidad de un espacio
que por antonomasia debiese mantener una tensión permanente si en cada
afirmación se está trazando el futuro del país.
Este encuentro no llegó a ser un evento mediático; su escasa audiencia
estuvo acorde con sus repercusiones y su imagen más memorable ni siquiera
la aportó la transmisión televisiva, sino una foto, compartida después en las
redes sociales, con uno de los candidatos dando la espalda mientras los
demás sonreían a una cámara. Un guiño de humor, la única emoción que
dejó este evento, además del tedio.
A la política chilena le falta poesía
Publicado en Medium el 05/06/2017.
Lo de Ossandón llega a ser caricaturesco, pero es transversal, aunque siempre habrá alguna excepción, tiene que ver con un aspecto cultural, eso que llaman el lenguaje de la política, que contamina, permea y absorbe, y que se manifiesta en ese ejercicio que parece tan obvio, pero que a la vez es tan desafiante, que es el de convertir la ideología en discurso.
Parece tan sencillo, elegir las palabras adecuadas entre múltiples opciones, para expresar claramente una idea. Una decisión adulta y consciente que se espera de cualquier persona que ha tenido el privilegio de educarse (como es aún en Chile). En esa selección hay una intención y también una definición de identidad. Si el discurso e ideología se condicen, yo soy también las palabras que elijo.
Grandes ideas, requieren grandes palabras. No será que las ideas que pregonan nuestros presidenciables, no están a la altura de un vocabulario más sofisticado que el de una jerga televisiva alimentado por la autocita, plagado de “yo dije” y “nunca dije”, cuya pobreza invita a la imprecisión y a las múltiples interpretaciones que se zambullen en la piscina de la ambigüedad donde flotan las salidas de contexto, las rectificaciones y los cambios de discurso, que fácilmente se limpian con el cloro y después de un par de vueltas por el filtro, parecen palabras nuevas.
En entrevistas y debates, las frases más que a un sueño o a una ambición de país, se asemejan a pachotadas urgentes, que dan cuenta de un país del suple, del parchecito, de lo que hay que arreglar, no de lo que estará mejor, de lo que queremos ser y cómo llegar a serlo. El terreno del debate y la conversación, se ha convertido en una mesa de negociaciones y desafíos. Quién da más y quién se atreve. Ellos hacen sus ofertas y articulan defensas, hablando acelerados, recitando el programa de memoria, pensando en la estrategia para salir mejor en la encuesta que viene. Pareciera que están ahí sentados hablándonos, pero ni siquiera le hablan a quién los interpela, se hablan a sí mismos, en un circuito cerrado de ideas que está constreñido por los resultados.
¿Hace cuánto que un candidato no nos inspira? ¿Que un discurso o su respuesta a una entrevista nos conduce a entender mejor el país que queremos y a soñarlo? ¿Hace cuánto que no nos invitan a creer, porque sus palabras son coherentes con sus ideas, tan claras, poderosas y cuidadosamente seleccionadas que sabemos que atrás de ellas no hay engaño ni intenciones acuosas dignas de perderse en la marea?
La lectura genera empatía, hay estudios que lo comprueban. Me pregunto si nuestros candidatos serán buenos lectores. En un país que llamamos de poetas, con dos premios Nobel, tenemos una clase política que ha logrado mantenerse al margen de esa tradición. Lo manifiestan sus metáforas banales, anécdotas de pobre narración y el ejemplo obvio usado como caso para argumentar, cuando ya no quedan datos.
No puedo dejar de preguntarme cuando los escucho: ¿Esta mujer o este hombre será capaz de conmoverse con Cosette, de entender la obsesión de Alonso Quijano, la inconformidad de Emma Bovary o los devaneos culposos de Raskolnikov? ¿De entrar en las mentes y corazones de otros seres humanos y de poner su interés por un momento de lado, para que esas vidas de otros los sorprendan, emocionen o enojen? ¿Para que las injusticias de los demás las vivan como propias? Visto así, leer una novela no es tan distinto a leer un país. A sentirlo, a pensarlo y a soñarlo.
Chilenos salen a las calles con gritos de ingenio, lienzos de colores con frases que sorprenden, rayados en las paredes que nos impactan y guardamos como fotografías en el teléfono, muestras de corazón y de creatividad que hablan del país que sueñan, manifestaciones concretas de imaginación que nos hacen sentir menos solos y que contrastan con las frases grises, los ejemplos torpes y la promesa generosa pero irresponsable de los candidatos. Cómo, entonces, no sentirnos solos.
Ahí está la desconexión.
Sobre la desconexión entre la industria y lo que se estudia sobre comunicaciones en las universidades
Publicado en Medium el 7/04/2017
El artículo del Poynter, firmado por Nikki Usher y titulado: “¿A alguien le importa la investigación en Periodismo? (En serio)”, asume la defensa de los profes, ante las críticas de quiénes ejercen el oficio periodístico y consideran que la investigación no está aportando cambios a la industria.
Comparto algunos puntos respecto a que efectivamente hay facultades y escuelas que hacen un enorme esfuerzo para la divulgación de su trabajo a audiencias más amplias que el círculo de pares investigadores. Pero creo que aún no es suficiente y a la vez entiendo las limitaciones.
Tener una estrategia y cuerpo profesional que se haga cargo de esa difusión es un lujo y habla de una universidad que entiende el valor social que tiene ese vínculo como también el rédito para el valor de marca de la institución, pero no todas las escuelas consideran ese costo económico prioritario o no cuentan con los recursos, dejando en manos de sus investigadores la responsabilidad de hacer la gestión comunicacional de su trabajo, muchas veces sin contar con el tiempo, ni los contactos, ni la experticia.
La iniciativa del docente es fundamental, pero para tener un impacto significativo requiere que las universidades consideren que su investigación debe llegar de forma directa a la comunidad y decida invertir en eso, para así entregar el soporte y logística que implica salir a hablarle a la sociedad, incluyendo la traducción a códigos masivos.
Que los profesores hagan su propia divulgación usando sus redes sociales, por ejemplo, es un aporte, pero es complementario. Excepto casos particulares como los Jeff Jarvis del mundo, es difícil que puedan alcanzar el impacto que ofrecen otros medios de comunicación masiva.
También hay un tema que no está tratado en la discusión que es clave: el aula. Eso sí creo que es responsabilidad individual de cada investigador que hace docencia y de las escuelas en su capacidad de construir currículos coherentes.
En muchos casos son los investigadores quiénes en una sala de clases traspasan conocimientos profesionales a quiénes luego formarán parte de la industria, ya sea en cursos teóricos, prácticos o teórico-prácticos.
Si el enfoque de la carrera de comunicación que se está construyendo tiene un perfil profesional, es decir busca que sus egresados hagan una práctica en la industria para considerar que tienen las habilidades para titularse y desempeñarse en el campo laboral; y sus cursos se centran en mayor medida en entregar esas competencias, es necesario y me atrevo a decir requisito que el docente que está en la sala sea capaz de construir los puentes entre el mundo de la investigación y el ejercicio práctico.
En el caso de los cursos teóricos, además de traspasar autores, desde aspectos tan básicos como el consumo activo de medios que permita refrescar el conocimiento teórico con ejemplos de la contingencia que resuenan en la experiencia cercana del alumno, que comparte con el investigador el rol de consumidor de medios, pero con una inocencia o menos herramientas de análisis profesional que las del docente, desentrañando los procesos profesionales que definen productos, rutinas o culturas que son susceptibles a ser objetos de investigación. También con investigadores conscientes y al tanto del aterrizaje práctico que tendrán los conocimientos entregados en los cursos siguientes que enfrentarán los alumnos.
En el caso de los cursos prácticos y teórico-prácticos, es donde creo que existe la mayor deuda y donde se establece una brecha entre ambos mundos, en las universidades donde se genera investigación. Si un curso requiere ejecución el desafío es sustentar con lo que aporta la ciencia de las comunicaciones las decisiones que se toman en el ejercicio práctico y apoyarse en esa ciencia para no acudir a las arbitrariedades y rutinas que la investigación estudia y suele criticar a la industria. Sólo un ejemplo, si trabajamos con pauta periodística, no podemos dejar de lado hablar de agenda setting, de framing, de audiencias, del aporte y relevancia social que tiene elegir un tema y cómo lo contamos, es en las clases donde hacemos el ejercicio práctico de la pauta, cuando las teorías creo también debiesen ser recordadas y mencionadas.
También clave, considero es que las investigaciones impregnen el currículo. Que las escuelas no sean como Carlos Caszely y sí estén de acuerdo con lo que piensan. A nivel estructural con un currículo que sea acorde a las líneas de investigación de sus académicos, y que los profesores hagan uso de las investigaciones que se generan en sus escuelas para informar sus clases. Lo que creo incluye a los docentes de un perfil profesional o no investigadores, pienso que hay una responsabilidad compartida entre el profesor y la escuela de que se genere en el aula a través de ejemplos, el diálogo y también un cuestionamiento consciente e informado entre la experiencia profesional y los resultados de la investigación académica.
La universidad como espacio donde se actualiza el conocimiento tiene a través de sus clases un vehículo para presentar los casos de estudio de las investigaciones como herramientas para aterrizar la teoría a los estudiantes. Dentro de la sala hay una enorme posibilidad de dotar de sentido a ambos mundos y de establecer los nexos necesarios para que los estudiantes sean capaces de ver las conecciones, de descubrir las propias y también de advertir contradicciones que ayuden a empujar los límites de exigencia a la investigación y a los conocimientos que se entregan en el establecimiento.
Una novela llamada Chile
Publicado en La Tercera el 12/06/2017.
Si los candidatos a la presidencia de Chile fuesen escritores, qué novela escribirían, cuál sería el imaginario de sus mundos creados, cuáles los finales felices y cuál el peor desenlace que podrían enfrentar los personajes. Si cada uno se planteara escribir una novela llamada Chile, con qué creaciones llegarían a los anaqueles de las librerías.
La retórica de los candidatos en programas de entrevistas y conversación, nos ha revelado a autores de escasa ambición por escribir la gran novela chilena. El relato de un país, nacido de la urgencia auténtica del autor por contar su versión de la historia con una voz propia, que a la vez representa a quienes lo apoyan, está más cercana a encargos editoriales retroactivos, donde importa más la foto de la contratapa y sumar una publicación a la bibliografía personal. Lo revelan así sus respuestas asimilables a las de un gasfíter que compite por presentar la mejor solución para reparar una cañería, antes que una narración inspiradora donde los chilenos encontremos la historia que nos merecemos.
Si nos concentráramos en los que ya están en la lista de los más vendidos, tendríamos obras variadas. Sebastián Piñera y Alejandro Guillier lucharían por encabezar el ranking, el primero con una autobiografía disfrazada de novela, que en apariencia trata sobre nosotros, pero cuyo protagonista es él, plagada de flash backs y raccontos, y calculadas omisiones por consejo y complicidad del editor.
El segundo, en cambio, escribiría una novela de suspenso, publicada en el formato de los folletines del siglo XIX. Una historia por entregas que por momentos pareciera clarificar el devenir de la trama, para luego dar un giro que nuevamente nos envuelve en la incertidumbre.
Ellos, claramente, publicarían con conglomerados editoriales de envergadura, aunque el segundo autor insistiría en que es un escritor sin esas presiones, sus libros se ofrecerían en supermercados y hasta llegarían a la cuneta en versiones pirata.
Más abajo en el ranking literario, estaría Beatriz Sánchez, autora de una novela por encargo, tras ser convocada por un equipo de editores jóvenes con ansias de publicar, pero sin un escritor con la trayectoria suficiente en su catálogo. Sería una novela de trama social, un drama naturalista, cuya estructura estaría predefinida, y que habría requerido una voz autoral más potente, tras encargarle la primera versión a Alberto Mayol, un escritor que no habría logrado acercarse a la lista de los best sellers con similar argumento y personajes.
Con apariciones en la prensa, pero menos impacto en librerías, Carolina Goic, Manuel José Ossandón y Felipe Kast tratarían de sumar algunos lectores. Goic con un libro que, si bien intentaría seguir los lineamientos de la novela, se acercaría más al ensayo, a una meta-novela sobre escribir, propia de una autora que afuera de su conglomerado editorial de siempre, habría encontrado nuevas libertades creativas, pero que aún estaría recalibrando su voz con ejercicios de estilo.
Ossandón habría anunciado una novela ambiciosa, pero en cambio el resultado sería un libro con errores gramaticales y de ortografía, de argumentos sonsos, personajes gruesos, abundantes escenas de acción (un capítulo se titularía: “Si hay que meter bala, hay que meter bala”), y sin espacio para adentrarse en complejidades como los fenómenos mundiales que podrían permear la trama.
Mientras que Kast, más cuidado en su estilo, privilegiaría una estructura con lógica interna, con algunos protagonistas más delineados, pero desapegada de la realidad de todos los personajes que busca retratar, con capítulos escritos con el objetivo de responder a las obras de los otros autores.
En todas estas versiones, ese libro llamado Chile, dudo por ahora que tendría el potencial de convertirse en un clásico, para después de la elección, trascender del canasto de los descuentos y continuar editándose en tapa dura para compartir repisa con otras novelas de autores como Winston Churchill o Barack Obama.