Publicada en el sitio web de la Facultad de Comunicaciones UC el 9 de mayo de 2016.
La travesía asiática de jóvenes líderes chilenos
El profesor de la Facultad de Comunicaciones UC y editor de Km Cero, Enrique Núñez, fue selecionado para participar en el programa Barco de los Líderes de la Juventud, que incluyó un viaje por un mes y medio a algunos países de Asia junto a 229 jóvenes de diferentes lugares del mundo. La inicitiva fue certificada por la Universidad de Naciones Unidas. Este es su relato.
Por Enrique Núñez Mussa

Eran los últimos días de calor. La humedad hacía que las poleras se pegaran a la piel tras escasos minutos en cubierta, pero había que aprovechar, nos acercábamos a Singapur y las puertas del barco se cerrarían durante cuatro noches. “Pirates”, eso nos dijeron. Era una medida preventiva para que las encarnaciones siglo XXI de Jack Sparrow no pudiesen ingresar a atolondrarnos más de lo que estábamos, tras casi un mes y medio de travesía.
Había que mirar el mar y la neblina gris que escondía el horizonte. Parado en la proa pensaba en qué habría más allá de esa pared de nubes, un espacio que parecía existir solo en el futuro. Lo único real era ese momento. Lo demás era confiar. No quedaba otra que cerrar los ojos y fiarse de la pericia del capitán para detectar el rumbo hacia un destino que nos parecía imposible distinguir en medio de la nada.
Pero si algo habíamos aprendido, era a perder el miedo y confiar. Nosotros, los 229, de 11 países diferentes. La mitad japoneses, el resto de delegaciones con 12 participantes de cada país, entre ellos la de Chile, una de la I región, dos de la IV, dos de la V, uno de la región XIV y seis de Santiago, de los cuáles uno era yo, que siete meses antes llenaba un formulario para postular a un programa que desconocía por completo: The Ship for World Youth Leaders o Barco de los Líderes de la Juventud.
Esos días en un Santiago invernal parecían fantasías de una dimensión paralela, nada tenía que ver la lluvia que me recibió cuando fui convocado a una entrevista en el Instituto Nacional de la Juventud con el aíre tibio, algo asfixiante de esa tarde de mar. Fui entrevistado por una persona del INJUV y otra de la Embajada de Japón, esta última entidad era la encargada de coordinar en Chile el programa creado y financiado por el gobierno japonés, para poner en contacto a jóvenes líderes de diferentes países del mundo en un ambiente interdisciplinario.
El que está en la proa aprendió a bailar cueca y es Líder Nacional Asistente de la Delegación. El que sale del INJUV y abre el paraguas esperará a saber si fue elegido y prefiere no imaginarse todavía en los destinos que contempla el viaje, lo único que sabe hasta el momento: Japón, India, Sri Lanka y Singapur.
El que está llegando a Singapur trabajó creando videos, sacando fotos, estructurando y haciendo el sonido e iluminación de una presentación nacional de 45 minutos para dar a conocer Chile y ayudó a todas las otras delegaciones en las suyas. El que se resguarda de la lluvia en Santiago y sube rápido a un taxi para llegar a la Facultad de Comunicaciones UC, donde es profesor, ni siquiera sabe cuántas horas de viaje hay entre Chile y Japón.
El que está en el Nippon Maru, crucero de siete pisos, donde comparte habitación con un participante de Emiratos Árabes y otro de Japón, sí sabe, lo tiene clarísimo, porque todavía recuerda el alivio que sintió al estirar las piernas cuando llegó al aeropuerto Narita de Tokio, donde lo esperaba un bus.
Experiencias asiáticas
Tokio nos recibió con sus luces fluorescentes para avisarnos que se trataba de una ciudad que se niega a aceptar la noche con sus restaurantes y tiendas abiertas las 24 hrs. El contraste lo descubriríamos en Iwate, una provincia tradicional del norte del país, donde junto a la delegación de Tanzania fuimos recibidos por familias japonesas que nos hospedaron en sus casas.
Entre la nieve y los campos de arroz, los Koga me introdujeron a la gastronomía japonesa y al sake, había que acostumbrarse, porque sería la dieta para gran parte del viaje. Después de un fin de semana durmiendo en tatami y trasladando mi higiene de una ducha a los baños públicos con aguas termales, regresamos a Tokio. Allí tendríamos dos semanas de preparación en el National Youth Center, donde se ubicó la Villa Olímpica de 1962.
En la capital japonesa, voy en un bus, llevo poncho y chupalla sobre las piernas. Estoy vestido de huaso, no lo hacía desde la educación básica. Ni esperaba volver a hacerlo. Tampoco esperaba que sería para esta ocasión. Voy camino a conocer al Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe. Las indicaciones son: tener la cabeza descubierta y darle la mano. Estamos ordenados, Abe pasa rápido sin perder formalidad, su apretón de manos es fugaz, pero firme. Nos felicita. Nos sacamos la foto oficial y una selfie. Vamos de regreso en el bus y me acuerdo del camino de regreso al trabajo en esa mañana de lluvia.
El clima no dista mucho en Tokio. Hace frío, hay que usar al menos tres capas de ropa, aun así hay sol y el cielo está despejado, por lo que puedo apreciar una panorámica de la ciudad desde las instalaciones de FUJI TV, el canal privado más grande de Japón, donde me encuentro de visita como parte del curso Media and Information, facilitado por Mifuyu Shimizu, documentalista que trabaja para la estación. Ahí nos presentó a Thoshihiro Shimizu, director de un nuevo servicio de noticias 24 horas sólo por internet, que nos contó cómo se constituyen como un equipo pequeño e interdisciplinario: si es necesario todos pueden salir en cámara, grabar o switchear, una suerte de hermano menor del canal abierto, pero que se permite mayor interactividad y libertades editoriales. Se definen como una versión menos editada, porque privilegian la inmediatez.
Cada participante en el programa asistió a un curso basado en su experiencia profesional e intereses. En el de Media, ya en el barco nos preparamos para hacer un proyecto final. Ahí me hice amigo de Ruriko Kikushi, de Japón. En una conversación en clases compartió una frase que nos paralizó: “Nunca le he dicho: ‘te amo’, a mis padres”. Amor no tiene traducción al japonés. Eso nos condujo a comparar perspectivas y descubrir lo diferente que se entiende el concepto en cada cultura.
En el barco teníamos una oportunidad única para comparar y registrar cómo entendían el amor jóvenes de 11 países diferentes. Con esa intención, ideamos un corto documental, en el que entrevistamos a dos integrantes de cada delegación a partir de un cuestionario base que los desafió a salir de las definiciones obvias para explicar, por ejemplo, qué olor, qué sonido o de qué color es el amor.
Fue un privilegio dirigir ese proyecto, hacer la fotografía y la edición, lo que me permitió estar en todas las sesiones de entrevistas y aprender de cada una de las experiencias compartidas por los entrevistados. El documental, que llamamos The Love Project, está disponible en Youtube y se puede ver aquí
Aprendiz y superestrella
Registrar, documentar, tratar de que cada momento quede guardado. Tengo 200 gigas de fotos y videos. El viaje adquiere sentido en la medida que lo reporteo, en que pienso cuáles son las historias para contar. En la tarjeta de mi cámara están los contrastes de la India, las playas de Chennai con un mercado donde los niños hacen desnudos sus necesidades junto a las verduras y pescados en venta; la espiritualidad latente en las figuras religiosas frente a las puertas de las casas, donde las mujeres salen con sus hijos en brazos, me sonríen y me piden que las fotografíe; el elefante que bendice a los transeúntes con el toque de su trompa; los hoteles de lujo y el moderno centro comercial a pocas cuadras del templo, al que se debe entrar descalzo, para orar a alguna de las múltiples deidades tras las velas, y un grupo de mujeres, sentadas en el suelo, que comen los platos de arroz que les dio una institución de caridad.
En la India, el curso de medios fue invitado a Prasad, productora y escuela de cine, que entró al mercado americano digitalizando clásicos como Ben-Hur y Lo que el viento se llevó. El profesor y director de la escuela en Chennai, Venaktesh Chakravarthy, nos hizo un recorrido por la historia del cine hindú, del cual el conocido Bollywood es sólo un fragmento; y la profesora y cabeza de la sección de medios y entrenamiento, Uma Vangal, nos presentó los contrastes de un mercado cinematográfico segmentado por las diferencias culturales y religiosas dentro del país, que requiere que se filmen varias versiones de la misma historia, con elencos para cada audiencia y ajustes al guion para hacerlo más conservador, dependiendo del público al que vaya dirigido.
Hasta India, el viaje ya tenía bastante de realismo mágico, pero en Colombo, la capital de Sri Lanka, los días adquirieron un tono Macondiano: la banda de música y los bailarines acrobáticos que nos recibieron en cada lugar o la fila interminable de personas alineadas que formaban una pared esperando para saludarnos, mientras cada uno de nosotros recibía un coco perforado con una bombilla.
En el curso de medios visitamos el canal de televisión Independent Television Network, el más importante del país, sin embargo nosotros fuimos la noticia, las cámaras nos seguían y en un pequeño cine, nos mostraron en vivo el noticiero de las 10.30 am que daba cuenta de nuestra llegada a las instalaciones. Cuando detuvieron la grabación de la teleserie, no era fácil determinar si nosotros nos estábamos sacando fotos con los actores o ellos con nosotros.
En Sri Lanka, la nación de los Budas enormes, una familia nos recibió por un día y nos enseñó sus tradiciones: a comer con la mano, se hace una cuchara con los dedos y se empuja el alimento como una bolita con el pulgar. La visita al templo, que era fundamental, y el traje blanco que era requisito. Con la ayuda de un vecino, nos amarraron las faldas a la cintura. Nos abotonamos el cuello hasta arriba y luchamos contra el sudor tropical. El país tiene algo de paradisiaco y cuesta imaginar su lucha reciente para derrotar el terrorismo brutal de los Tigres Tamiles y superar una guerra civil.
Profesor por siempre
Cuando no nos sorprendíamos con las actividades en los países donde el barco se detenía, pasábamos días navegando en los que algunas de las actividades las organizábamos nosotros. La vocación llama y como no pude dejar de ser periodista, tampoco me pude desligar de la docencia. Muchos de los participantes compraron cámaras de fotos en el viaje, por ejemplo, la delegación completa de Sri Lanka; pero noté que varios las usaban en modo automático, por lo tanto organicé un curso de fotografía donde les enseñé conceptos básicos y a utilizar las funciones manuales de su cámara.
Una de las instancias académicas más relevantes en el barco eran los Seminars, instancia en que los participantes podíamos proponer una clase sobre nuestras áreas de experticia. Con cerca de 40 asistentes, hice una clase sobre storytelling basada en una de las clases del curso que imparto en la Facultad, Taller de Edición en Prensa. El desafío fue adaptarlo a un público general, que terminó compartiendo relatos en los que aplicaron técnicas narrativas.
Ellos contaron sus historias y yo ahí en la cubierta pensaba en la mía, en el Santiago lluvioso de hacía meses, en los días que habían pasado y en los que quedaban. No sabía si podría volver a sorprenderme después de esos estímulos. Quizás si nos invadieran los piratas, pensaba. Pero no hizo falta tanta acción para revitalizar nuestra capacidad de asombro. Cuando el calor se alejó y el frío nos indicó que Tokio se acercaba, la marea nos quiso dar una última sacudida, un permanente terremoto de siete grados las 24 horas. Sólo las pastillas contra el mareo nos permitieron seguir funcionando. Pero el mar también nos guardaba un regalo, la sorpresa final. Una mañana al desayuno, alguien gritó: “Dolphins”, y unos delfines pasaron nadando a nuestro lado, venían a decir adiós e imagino a desearnos suerte en lo que llegásemos a encontrar en el horizonte, atrás de la neblina.