
Aunque el García Márquez que seguramente va a ser más recordado será el de las guayaberas y ficciones con mujeres levitantes, viejos alados, niños con cola de chancho, los Buendía y ancianos con el vigor sexual de un adolescente, el que se queda conmigo es el GM pre boom, un tipo flaco, de terno y corbata, pero ya con el bigote característico.
Hace años, cercano a egresar como periodista me compré en una librería en dos tomos gruesos de fino empaste “Textos costeños” y “Entre cachacos”, cada uno cubierto con una solapa de papel, uno amarillo y el otro verde pálido.
En esos textos descubrí a un GM que me resultó infinitamente más cercano que el de sus novelas y cuentos. Sobre todo en “Textos costeños”, el primer volumen, me encontré con muchos artículos breves de un periodista joven, que recibía el pago por texto publicado, y que con ese dinero podía financiar una buena comida, cigarros y algo para beber.
Lo que me fascinó fue que en los artículos había un diario de vida encubierto, en su descripción de los pasajeros de un viaje en tren, lo vi sentado en una esquina tomando apuntes mentales, en su elogio al acordeón leí el pulso entusiasta de un melómano a lo “Casi Famosos” y en su texto sobre Charlie Chaplin vi a un cinéfilo sentado solo frente a una pantalla dejándose fascinar por las imágenes.
La sensación era parecida a la de conversar con un amigo. Podía imaginar su voz frente a una cerveza, contándome sobre las entrevistas que le estaba haciendo al naufrago que nadie más quería entrevistar y la serie de artículos que saldría publicado sin su nombre en las próximas ediciones del diario. Ese, el periodista y también el fan, es el GM que me impactó, el que se quedará conmigo y que me acompañó mucho en un momento puntual de mi vida. ¿Cuál es el tuyo? ¿Qué texto te marcó?
Sólo he leído “Cien años de soledad”, pero me tincaron los libros que mencionas. Estuve leyendo los textos periodísticos del joven Hemingway para el diario Toronto Star (la mayoría de los no los entendí porque eran muy específicos del contexto histórico diario de la primera guerra, pero otros eran trascendentales y universales). Voy a ver cómo me va con los del GGMárquez.
Un saludo!
En julio de 2011, mi propuesta de reportaje para desarrollar en estilo narrativo salió elegida en una especie de concurso interno en el periódico que trabajaba. Eso significaba que por un tiempo me podría desprender de mi agenda diaria de reportera para dedicarme a reconstruir la historia de Yanisleydis Pineda, una cubana de 21 años que a unos metros de pisar el suelo de Estados Unidos tuvo la mala suerte de ser detenida por autoridades mexicanas y pasar un año en centros de migración para finalmente ser deportada. Su historia me había atrapado desde que la conocí en la estación migratoria de Iztapalapa y publiqué una nota de su extenso encierro. Pero sentí que ésta tenía que ser contada completa y a detalle cuando en el teléfono desde Cuba me contó que su gobierno ya la había dado de baja de los registros oficiales y vivía como un fantasma.
Cuando me avisaron por correo que mi propuesta había sido una de las seleccionadas y que tendría como editor al director del periódico, René Delgado, me sentí como si hubiera alcanzado un logro profesional. Sobre todo porque mi editor Víctor Osorio y el jefe de información de mi sección, Roberto Zamarripa, se acercaron a mi escritorio para felicitarme y después un cartel con los nombres de los ganadores se puso en varias partes de la redacción. Sin embargo, también sentí mucha responsabilidad sobre mis hombros. En mis cerca de tres años de cobertura diaria para entonces, había escrito varias crónicas o más bien relatos descriptivos, pero no más largas de 3, 600 caracteres, y casi todas de eventos como marchas, elecciones, desfiles militares, que por lo regular iban como anexos a las notas duras.
Al quedar al descubierto mi poca familiaridad con el periodismo narrativo, René me pidió en nuestra primera reunión que antes que nada me pusiera a leer a los grandes maestros de ese estilo. Entre varios títulos y autores, Alma Guillermo Prieto, Poneiatowska, Dickens, Capote, me recomendó la Historia de un Naufrago de García Marquez. Así que, al salir de su elegante oficina (con un poco de vergüenza, o más bien mucha), me fui a la librería más cercana para hacerme de varios de los libros sugeridos. El primero que inicié fue justamente ese de García Marquez.
Me senté en una mesa del ‘fast food’ de Plaza Universidad y entre bocado y bocado de posiblemente un sandwich de Subway (mi dieta común en esos tiempos) comencé a devorarme el relato. Era efectivamente como si el marino, estuviera frente a mi, contándome lo que le había pasado desde que zarpó el barco.
A lo largo del tiempo que dediqué a ese trabajo, siempre estuvo en mi mente aquel de García Marquez. Mi intención era lograr que mi relato llevara al lector por todo el periplo de Yanisleydis como el Nobel colombiano lo hacía con el del Luis Alejandro Velasco.
Si bien mi primera apuesta narrativa quedó lejos de eso, le agradezco haberme servido como guía. Sin él mi texto hubiera quedado siempre en el naufragio.