Sobre la desconexión entre la industria y lo que se estudia sobre comunicaciones en las universidades

Publicado en Medium el 7/04/2017

El artículo del Poynter, firmado por Nikki Usher y titulado: “¿A alguien le importa la investigación en Periodismo? (En serio)”, asume la defensa de los profes, ante las críticas de quiénes ejercen el oficio periodístico y consideran que la investigación no está aportando cambios a la industria.

Comparto algunos puntos respecto a que efectivamente hay facultades y escuelas que hacen un enorme esfuerzo para la divulgación de su trabajo a audiencias más amplias que el círculo de pares investigadores. Pero creo que aún no es suficiente y a la vez entiendo las limitaciones.

Tener una estrategia y cuerpo profesional que se haga cargo de esa difusión es un lujo y habla de una universidad que entiende el valor social que tiene ese vínculo como también el rédito para el valor de marca de la institución, pero no todas las escuelas consideran ese costo económico prioritario o no cuentan con los recursos, dejando en manos de sus investigadores la responsabilidad de hacer la gestión comunicacional de su trabajo, muchas veces sin contar con el tiempo, ni los contactos, ni la experticia.

La iniciativa del docente es fundamental, pero para tener un impacto significativo requiere que las universidades consideren que su investigación debe llegar de forma directa a la comunidad y decida invertir en eso, para así entregar el soporte y logística que implica salir a hablarle a la sociedad, incluyendo la traducción a códigos masivos.

Que los profesores hagan su propia divulgación usando sus redes sociales, por ejemplo, es un aporte, pero es complementario. Excepto casos particulares como los Jeff Jarvis del mundo, es difícil que puedan alcanzar el impacto que ofrecen otros medios de comunicación masiva.

También hay un tema que no está tratado en la discusión que es clave: el aula. Eso sí creo que es responsabilidad individual de cada investigador que hace docencia y de las escuelas en su capacidad de construir currículos coherentes.

En muchos casos son los investigadores quiénes en una sala de clases traspasan conocimientos profesionales a quiénes luego formarán parte de la industria, ya sea en cursos teóricos, prácticos o teórico-prácticos.

Si el enfoque de la carrera de comunicación que se está construyendo tiene un perfil profesional, es decir busca que sus egresados hagan una práctica en la industria para considerar que tienen las habilidades para titularse y desempeñarse en el campo laboral; y sus cursos se centran en mayor medida en entregar esas competencias, es necesario y me atrevo a decir requisito que el docente que está en la sala sea capaz de construir los puentes entre el mundo de la investigación y el ejercicio práctico.

En el caso de los cursos teóricos, además de traspasar autores, desde aspectos tan básicos como el consumo activo de medios que permita refrescar el conocimiento teórico con ejemplos de la contingencia que resuenan en la experiencia cercana del alumno, que comparte con el investigador el rol de consumidor de medios, pero con una inocencia o menos herramientas de análisis profesional que las del docente, desentrañando los procesos profesionales que definen productos, rutinas o culturas que son susceptibles a ser objetos de investigación. También con investigadores conscientes y al tanto del aterrizaje práctico que tendrán los conocimientos entregados en los cursos siguientes que enfrentarán los alumnos.

En el caso de los cursos prácticos y teórico-prácticos, es donde creo que existe la mayor deuda y donde se establece una brecha entre ambos mundos, en las universidades donde se genera investigación. Si un curso requiere ejecución el desafío es sustentar con lo que aporta la ciencia de las comunicaciones las decisiones que se toman en el ejercicio práctico y apoyarse en esa ciencia para no acudir a las arbitrariedades y rutinas que la investigación estudia y suele criticar a la industria. Sólo un ejemplo, si trabajamos con pauta periodística, no podemos dejar de lado hablar de agenda setting, de framing, de audiencias, del aporte y relevancia social que tiene elegir un tema y cómo lo contamos, es en las clases donde hacemos el ejercicio práctico de la pauta, cuando las teorías creo también debiesen ser recordadas y mencionadas.

También clave, considero es que las investigaciones impregnen el currículo. Que las escuelas no sean como Carlos Caszely y sí estén de acuerdo con lo que piensan. A nivel estructural con un currículo que sea acorde a las líneas de investigación de sus académicos, y que los profesores hagan uso de las investigaciones que se generan en sus escuelas para informar sus clases. Lo que creo incluye a los docentes de un perfil profesional o no investigadores, pienso que hay una responsabilidad compartida entre el profesor y la escuela de que se genere en el aula a través de ejemplos, el diálogo y también un cuestionamiento consciente e informado entre la experiencia profesional y los resultados de la investigación académica.

La universidad como espacio donde se actualiza el conocimiento tiene a través de sus clases un vehículo para presentar los casos de estudio de las investigaciones como herramientas para aterrizar la teoría a los estudiantes. Dentro de la sala hay una enorme posibilidad de dotar de sentido a ambos mundos y de establecer los nexos necesarios para que los estudiantes sean capaces de ver las conecciones, de descubrir las propias y también de advertir contradicciones que ayuden a empujar los límites de exigencia a la investigación y a los conocimientos que se entregan en el establecimiento.

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Saldando una deuda con la Mistral, puro rock

Publicado en Medium el 29/03/2017

Foto: Enrique Núñez Mussa.

Apuntes sobre Pasión de enseñar, desde la perspectiva de un profesor universitario.

Nunca tuve mucha onda con la Mistral en la época escolar, cuando a uno se la enseñan. No fueron los mejores textos para entrar y la totemización de su figura no ayudó.
En la universidad empezó la curiosidad sobre todo por escuchar la exaltación contagiosa del profesor Roberto Hozven en su cátedra de ensayo hispanoamericano en la UC, fueron las primeras aproximaciones a una faceta de la Mistral que me comenzó a interesar mucho más que la de poetisa, la de intelectual, una gran pensadora del continente, de la chilenidad, de una sensibilidad global, pero enraizada a la vez en lo local. “Un monstruo intelectual”, me acuerdo que dijo Hozven en una clase…“un monstruo, un monstruo”.
Supongo que me faltaba encontrar el tema común para comenzar una conversación, mi motivo AB con la escritora más importante del país, tras escuchar una entrevista hace poco a Cristián Warnken en la tele, apareció. Anunciaba este libro de la foto que contiene el pensamiento pedagógico de Lucila Godoy, bajo el título “Pasión de enseñar”.
Ayer fui al lanzamiento, lo adquirí y el dialogo partió.

El libro se lee/navega como el conjunto de posteos de un blog, y ofrece variadas puertas de entrada a su mezcla de ensayo, tratado de principios, libro de consejos y manual para quiénes tenemos el honor, responsabilidad y desafío de pararnos en una sala de clases a instruir a otros.

Lo he conversado con colegas y amigos, y estoy cada vez más convencido que desempeñar la docencia es una vocación que te elige y no al revés, y es uno de los trabajos más punk que pueden existir. Qué más revolucionario y transformador del mundo que compartir conocimientos con otros. Es una pega además donde uno ve la acción directa de su trabajo en el desarrollo de los estudiantes. En cada clase, cambiamos el mundo y tratamos de hacerlo para mejor.

Ese traspaso de información tiene algo de sagrado, sacerdotal decía la Mistral, porque en cada sesión nos paramos sobre los hombros de gigantes, de cada uno de los grandes maestros que hicieron que el conocimiento viviera y adquiriera sentido en las vidas de otros.

Pienso en la pintura de la escuela de Atenas de Rafael como el modelo, ese espacio privilegiado donde las ideas y el conocimiento se mueven de una pared a otra, porque la enseñanza es diálogo, los contenidos se vuelven dinámicos en cuanto son conversación, se ponen en cuestión, y uno como profesor, también hackea el intercambio, porque enseñando es una de las maneras en las que más se aprende.

El libro hace un llamado a una educación que no transmita conocimientos muertos, a hacerlos vivos para los estudiantes, a convertir al profesor en un narrador que traspasa la materia a través de historias y también a convertirse en un ser ético, y eso es también transformador, ser profesor te obliga a ser mejor persona, a olvidar sesgos, a buscar la mejor respuesta posible y a ser coherente con esos discursos.

No hay que dejarse engañar por las ilustraciones de Roser Bru, es un libro roquero y algunos de sus posteos podrían repartirse fácilmente fotocopiados en conciertos: “Si no realizamos la igualdad y la cultura dentro de la escuela ¿dónde podrán exigirse estas cosas?”. Puro rock and roll.

Un libro vigente y necesario. Hay que mejorar la situación laboral y salarial de los profesores escolares, que son los verdaderos agentes de cambio de este país y la profesión más importante de todas, porque en ella está la semilla del desarrollo de todas las demás. Desde la vereda de alguien que sólo enfrenta un aula universitaria, mi más honda admiración a los profes de colegio que son los que más se la juegan y a quiénes es más fundamental respaldar con las palabras de una mujer que curiosamente hoy es el arquetipo del profesor ideal, pero que toda su carrera debió enfrentar la discriminación de no haber tenido una instrucción formal en la Escuela Normal. Quizás por lo mismo, fue capaz de tomar distancia, de innovar y de ver oportunidades creativas donde otros veían rutina.

Ahora nos invita a tomar distancia nuevamente y a pensar juntos la educación de Chile y sobre todo, a encontrar la pasión en la enseñanza, a enamorarnos de la instrucción con la misma pasión que se vive la paternidad/maternidad. Que como país, tratemos nuestra educación con el amor que se merece.

Fiskales Ad-Hoc, gira de despedida —Centro Arte Alameda, 3/12/16

Publicado en Medium el 19/12/2016.

Texto y fotos por Enrique Núñez Mussa

Aunque salieron pasadas las 2.15 A. M., valió la pena la espera. Los Fiskales Ad-Hoc son una de esas bandas con las que sentía una deuda personal. Tenía que verlos en vivo y esta que es su gira de despedida, era una de las últimas oportunidades.

Hace años entrevisté un par de veces a Álvaro España y para eso tuve que estudiármelos, escuchar la discografía completa, ver el excelente documental Malditos, ir a la Fiskalía en el Eurocentro para encontrar lo que ya no estaba disponible en ningún otro lado, ver cientos de videos en YouTube, leer blogs, etc.
Así aprendí sobre una banda que ha tenido la coherencia para mantenerse constante como un grupo de amigos, sostenida principalmente entre la amistad de España y el Roly (bajo). Todos los que trabajan con ellos funcionan como una familia, por eso ahora que algunos ya tienen la propia, no pueden seguir, pero como me dijo una vez España: «No tenemos donde caernos muertos, pero con el Roly estamos tranquilos de que ya somos parte de la historia de la música chilena».

Visibilizaron el punk y supieron responder a una urgencia que también los apuró a ellos. Comenzaron desde las ganas antes que de la melomanía. España nunca aprendió a tocar un instrumento, el primer baterista era menor de edad y ni siquiera sabían cómo hacer un disco cuando grabaron el primero. Lo de los Fiskales era encontrarse con el público en las fiestas alternativas clandestinas durante la dictadura.

Ese era gran parte del público de anoche, personas que habían envejecido con ellos, pero también algunos jóvenes, dos mocainos de deslumbrante altura celeste y púrpura, chaquetas con remaches, otro mocaino más discreto, los tres tendrían menos de 30 años, y deben haber encontrado en las letras lecturas nuevas que dan cuenta de un malestar actual.

A ellos les habló España y aunque nuestras formas son diferentes, estuve muy de acuerdo en el fondo de su discurso, no muy distinto a lo que le aconsejo a mis estudiantes: «Ahora con un computador la educación está ahí. Edúquense cabros. Todo es mente». Qué más punk que las ideas y el conocimiento.

El vigor de su sonido y la fuerza que tiene en vivo una canción como «Condor» acentúa con la enajenación de los sin polera bañados por la cerveza. La banda no sólo ha llegado a un nivel de profesionalismo en que se escucha igual o mejor que en un disco, sino que es capaz de crear un espacio de euforia y conexión con su público.

Producen cercanía, suben gente al escenario, pasan el micrófono. El hecho de que vivan en un mundo donde los seudónimos importan más que los nombres (el Hueso, el Marihuana, el Vaquita etc.) da cuenta de ese candor.
Quería además de verlos en vivo, ir a mirar, escribir apuntes y tomar fotos, de alguna manera, registrar cómo es uno de los últimos encuentros de esta banda con sus seguidores.

No quedé conforme con las fotos, fue difícil tomarlas, porque se genera en sus tocatas un lindo momento frente al caos, pero creo que algo revelan sobre el ambiente y la jornada.

Una novela llamada Chile

Publicado en La Tercera el 12/06/2017.

Si los candidatos a la presidencia de Chile fuesen escritores, qué novela escribirían, cuál sería el imaginario de sus mundos creados, cuáles los finales felices y cuál el peor desenlace que podrían enfrentar los personajes. Si cada uno se planteara escribir una novela llamada Chile, con qué creaciones llegarían a los anaqueles de las librerías.

La retórica de los candidatos en programas de entrevistas y conversación, nos ha revelado a autores de escasa ambición por escribir la gran novela chilena. El relato de un país, nacido de la urgencia auténtica del autor por contar su versión de la historia con una voz propia, que a la vez representa a quienes lo apoyan, está más cercana a encargos editoriales retroactivos, donde importa más la foto de la contratapa y sumar una publicación a la bibliografía personal. Lo revelan así sus respuestas asimilables a las de un gasfíter que compite por presentar la mejor solución para reparar una cañería, antes que una narración inspiradora donde los chilenos encontremos la historia que nos merecemos.

Si nos concentráramos en los que ya están en la lista de los más vendidos, tendríamos obras variadas. Sebastián Piñera y Alejandro Guillier lucharían por encabezar el ranking, el primero con una autobiografía disfrazada de novela, que en apariencia trata sobre nosotros, pero cuyo protagonista es él, plagada de flash backs y raccontos, y calculadas omisiones por consejo y complicidad del editor.

El segundo, en cambio, escribiría una novela de suspenso, publicada en el formato de los folletines del siglo XIX. Una historia por entregas que por momentos pareciera clarificar el devenir de la trama, para luego dar un giro que nuevamente nos envuelve en la incertidumbre.

Ellos, claramente, publicarían con conglomerados editoriales de envergadura, aunque el segundo autor insistiría en que es un escritor sin esas presiones, sus libros se ofrecerían en supermercados y hasta llegarían a la cuneta en versiones pirata.

Más abajo en el ranking literario, estaría Beatriz Sánchez, autora de una novela por encargo, tras ser convocada por un equipo de editores jóvenes con ansias de publicar, pero sin un escritor con la trayectoria suficiente en su catálogo. Sería una novela de trama social, un drama naturalista, cuya estructura estaría predefinida, y que habría requerido una voz autoral más potente, tras encargarle la primera versión a Alberto Mayol, un escritor que no habría logrado acercarse a la lista de los best sellers con similar argumento y personajes.

Con apariciones en la prensa, pero menos impacto en librerías, Carolina Goic, Manuel José Ossandón y Felipe Kast tratarían de sumar algunos lectores. Goic con un libro que, si bien intentaría seguir los lineamientos de la novela, se acercaría más al ensayo, a una meta-novela sobre escribir, propia de una autora que afuera de su conglomerado editorial de siempre, habría encontrado nuevas libertades creativas, pero que aún estaría recalibrando su voz con ejercicios de estilo.

Ossandón habría anunciado una novela ambiciosa, pero en cambio el resultado sería un libro con errores gramaticales y de ortografía, de argumentos sonsos, personajes gruesos, abundantes escenas de acción (un capítulo se titularía: “Si hay que meter bala, hay que meter bala”), y sin espacio para adentrarse en complejidades como los fenómenos mundiales que podrían permear la trama.

Mientras que Kast, más cuidado en su estilo, privilegiaría una estructura con lógica interna, con algunos protagonistas más delineados, pero desapegada de la realidad de todos los personajes que busca retratar, con capítulos escritos con el objetivo de responder a las obras de los otros autores.

En todas estas versiones, ese libro llamado Chile, dudo por ahora que tendría el potencial de convertirse en un clásico, para después de la elección, trascender del canasto de los descuentos y continuar editándose en tapa dura para compartir repisa con otras novelas de autores como Winston Churchill o Barack Obama.

¿Qué podemos aprender del debate presidencial francés?

Publicado en La Tercera el 07/04/2017

La transmisión donde se encontraron los cinco candidatos a la presidencia del país galo llevó el título El gran debate, versión singular del mismo nombre que recibió informalmente el ciclo de debates entre Richard Nixon y John F. Kennedy en Estados Unidos en 1960.

En 2017 el canal privado de televisión TF1, optó por convertir el apelativo en un mandato, que en gran medida se logró gracias a decisiones formales de las cuales puede aprender Chile y otros países latinoamericanos que tienen una tradición más joven en la organización de debates presidenciales televisados.

La instancia fue ambiciosa en su dimensión temporal, duró tres horas que dieron la posibilidad a los contendores de desarrollar argumentos e ideas en un espacio equitativo para los cinco. Lo que se complementó de forma clave con un formato semi-estructurado con preguntas que guiaban los temas, pero que no determinaban el desenlace de la conversación, lo que dio a los candidatos la suficiente libertad para, efectivamente, debatir entre ellos.

Dos factores fueron fundamentales para lograr ese objetivo, el primero la decisión de que los moderadores cedieran mayor protagonismo a los candidatos, evitando antagonizar con ellos, lo que tuvo como ventaja que la conversación se mantuvo dentro de los temas establecidos. A diferencia de un formato más cercano a la entrevista, como estamos acostumbrados en Chile, que da más oportunidad a los periodistas de fiscalizar a los aspirantes a la presidencia, pero dispersa la agenda y tiende a ahondar en conflictos que han surgido durante la campaña que no dan cuenta del proyecto país.

La pauta se dividió en cuatro áreas temáticas: qué presidente serán para Francia, su modelo de sociedad, su modelo económico y qué lugar ocupará Francia en el Mundo. Esto hizo que la discusión permaneciera en la gran política. Aunque hubo momentos tensos, la mayoría protagonizados por Marine Le Pen, destacando sus desencuentros con Emmanuel Macron y François Fillon, que obtuvieron la atención posterior de la prensa, convivieron con la visión de país de cada presidenciable al estar enmarcados en áreas temáticas que exigían a los candidatos un compromiso con la audiencia, superior a su rivalidad.

La disposición circular del estudio de televisión, flanqueó a los candidatos con público en vivo, que representaba a los votantes a los que debían convencer, lo que estableció claramente la jerarquía del proceso democrático y, además, facilitó que los cinco aspirantes a la presidencia pudiesen todos mirarse a los ojos para que el intercambio condujera orgánicamente a las interpelaciones mutuas.

Lo más relevante, es que desde el comienzo el debate se tomó en serio como un evento mediático que tiene un carácter ritual que aporta al proceso democrático. Las imágenes iniciales para presentar a los candidatos donde aparecían arengando a las masas, equivalía a caballeros mostrando sus armas, detalle de intención épica, consciente de que el evento es también un documento de consulta histórica.

 

Content for the Chilean Delegation in the Ship for World Youth Leaders

I was chosen to be part of the Chilean Delegation in The Ship for World Leaders a program of the Japanese Government for young leaders around the World to encourage intercultural collaboration.

I was the Assistant National Leader of the Delegation and as a journalist and photographer I created the media content of the delegation and registered the journey. I also lead the process of presenting Chile through a National Presentation creating a narrative, audiovisual material, lighting, sound and stage direction.

Here is part of the work I did.

Creation and administration of the Facebook page of the delegation: https://www.facebook.com/swy28/

Official photos for each member of the Delegation used in presentations and business cards.

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Photographic record of the preparation for the experience and of the journey, published in this Facebook Album. (The images in this post are in Facebook quality).

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I made this short documentary that presents the whole experience of the Delegation, presented at the Embassy of Japan in Chile.

English subtitles available as CC.

Crónica de Japón, India y Sri Lanka

Publicada en el sitio web de la Facultad de Comunicaciones UC el 9 de mayo de 2016.

La travesía asiática de jóvenes líderes chilenos

El profesor de la Facultad de Comunicaciones UC y editor de Km Cero, Enrique Núñez, fue selecionado para participar en el programa Barco de los Líderes de la Juventud, que incluyó un viaje por un mes y medio a algunos países de Asia junto a 229 jóvenes de diferentes lugares del mundo. La inicitiva fue certificada por la Universidad de Naciones Unidas. Este es su relato.

Por Enrique Núñez Mussa

Con el primer ministro Shinzo Abe

Eran los últimos días de calor. La humedad hacía que las poleras se pegaran a la piel tras escasos minutos en cubierta, pero había que aprovechar, nos acercábamos a Singapur y las puertas del barco se cerrarían durante cuatro noches. “Pirates”, eso nos dijeron. Era una medida preventiva para que las encarnaciones siglo XXI de Jack Sparrow no pudiesen ingresar a atolondrarnos más de lo que estábamos, tras casi un mes y medio de travesía.

Había que mirar el mar y la neblina gris que escondía el horizonte. Parado en la proa pensaba en qué habría más allá de esa pared de nubes, un espacio que parecía existir solo en el futuro. Lo único real era ese momento. Lo demás era confiar. No quedaba otra que cerrar los ojos y fiarse de la pericia del capitán para detectar el rumbo hacia un destino que nos parecía imposible distinguir en medio de la nada.

Pero si algo habíamos aprendido, era a perder el miedo y confiar. Nosotros, los 229, de 11 países diferentes. La mitad japoneses, el resto de delegaciones con 12 participantes de cada país, entre ellos la de Chile, una de la I región, dos de la IV, dos de la V, uno de la región XIV y seis de Santiago, de los cuáles uno era yo, que siete meses antes llenaba un formulario para postular a un programa que desconocía por completo: The Ship for World Youth Leaders o Barco de los Líderes de la Juventud.

Esos días en un Santiago invernal parecían fantasías de una dimensión paralela, nada tenía que ver la lluvia que me recibió cuando fui convocado a una entrevista en el Instituto Nacional de la Juventud con el aíre tibio, algo asfixiante de esa tarde de mar. Fui entrevistado por una persona del INJUV y otra de la Embajada de Japón, esta última entidad era la encargada de coordinar en Chile el programa creado y financiado por el gobierno japonés, para poner en contacto a jóvenes líderes de diferentes países del mundo en un ambiente interdisciplinario.

El que está en la proa aprendió a bailar cueca y es Líder Nacional Asistente de la Delegación. El que sale del INJUV y abre el paraguas esperará a saber si fue elegido y prefiere no imaginarse todavía en los destinos que contempla el viaje, lo único que sabe hasta el momento: Japón, India, Sri Lanka y Singapur.

El que está llegando a Singapur trabajó creando videos, sacando fotos, estructurando y haciendo el sonido e iluminación de una presentación nacional de 45 minutos para dar a conocer Chile y ayudó a todas las otras delegaciones en las suyas. El que se resguarda de la lluvia en Santiago y sube rápido a un taxi para llegar a la Facultad de Comunicaciones UC, donde es profesor, ni siquiera sabe cuántas horas de viaje hay entre Chile y Japón.

El que está en el Nippon Maru, crucero de siete pisos, donde comparte habitación con un participante de Emiratos Árabes y otro de Japón, sí sabe, lo tiene clarísimo, porque todavía recuerda el alivio que sintió al estirar las piernas cuando llegó al aeropuerto Narita de Tokio, donde lo esperaba un bus.

Experiencias asiáticas

Tokio nos recibió con sus luces fluorescentes para avisarnos que se trataba de una ciudad que se niega a aceptar la noche con sus restaurantes y tiendas abiertas las 24 hrs. El contraste lo descubriríamos en Iwate, una provincia tradicional del norte del país, donde junto a la delegación de Tanzania fuimos recibidos por familias japonesas que nos hospedaron en sus casas.

Entre la nieve y los campos de arroz, los Koga me introdujeron a la gastronomía japonesa y al sake, había que acostumbrarse, porque sería la dieta para gran parte del viaje. Después de un fin de semana durmiendo en tatami y trasladando mi higiene de una ducha a los baños públicos con aguas termales, regresamos a Tokio. Allí tendríamos dos semanas de preparación en el National Youth Center, donde se ubicó la Villa Olímpica de 1962.

En la capital japonesa, voy en un bus, llevo poncho y chupalla sobre las piernas. Estoy vestido de huaso, no lo hacía desde la educación básica. Ni esperaba volver a hacerlo. Tampoco esperaba que sería para esta ocasión. Voy camino a conocer al Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe. Las indicaciones son: tener la cabeza descubierta y darle la mano. Estamos ordenados, Abe pasa rápido sin perder formalidad, su apretón de manos es fugaz, pero firme. Nos felicita. Nos sacamos la foto oficial y una selfie. Vamos de regreso en el bus y me acuerdo del camino de regreso al trabajo en esa mañana de lluvia.

El clima no dista mucho en Tokio. Hace frío, hay que usar al menos tres capas de ropa, aun así hay sol y el cielo está despejado, por lo que puedo apreciar una panorámica de la ciudad desde las instalaciones de FUJI TV, el canal privado más grande de Japón, donde me encuentro de visita como parte del curso Media and Information, facilitado por Mifuyu Shimizu, documentalista que trabaja para la estación. Ahí nos presentó a Thoshihiro Shimizu, director de un nuevo servicio de noticias 24 horas sólo por internet, que nos contó cómo se constituyen como un equipo pequeño e interdisciplinario: si es necesario todos pueden salir en cámara, grabar o switchear, una suerte de hermano menor del canal abierto, pero que se permite mayor interactividad y libertades editoriales. Se definen como una versión menos editada, porque privilegian la inmediatez.

Cada participante en el programa asistió a un curso basado en su experiencia profesional e intereses. En el de Media, ya en el barco nos preparamos para hacer un proyecto final. Ahí me hice amigo de Ruriko Kikushi, de Japón. En una conversación en clases compartió una frase que nos paralizó: “Nunca le he dicho: ‘te amo’, a mis padres”. Amor no tiene traducción al japonés. Eso nos condujo a comparar perspectivas y descubrir lo diferente que se entiende el concepto en cada cultura.

En el barco teníamos una oportunidad única para comparar y registrar cómo entendían el amor jóvenes de 11 países diferentes. Con esa intención, ideamos un corto documental, en el que entrevistamos a dos integrantes de cada delegación a partir de un cuestionario base que los desafió a salir de las definiciones obvias para explicar, por ejemplo, qué olor, qué sonido o de qué color es el amor.

Fue un privilegio dirigir ese proyecto, hacer la fotografía y la edición, lo que me permitió estar en todas las sesiones de entrevistas y aprender de cada una de las experiencias compartidas por los entrevistados. El documental, que llamamos The Love Project, está disponible en Youtube y se puede ver aquí

Aprendiz y superestrella

Registrar, documentar, tratar de que cada momento quede guardado. Tengo 200 gigas de fotos y videos. El viaje adquiere sentido en la medida que lo reporteo, en que pienso cuáles son las historias para contar. En la tarjeta de mi cámara están los contrastes de la India, las playas de Chennai con un mercado donde los niños hacen desnudos sus necesidades junto a las verduras y pescados en venta; la espiritualidad latente en las figuras religiosas frente a las puertas de las casas, donde las mujeres salen con sus hijos en brazos, me sonríen y me piden que las fotografíe; el elefante que bendice a los transeúntes con el toque de su trompa; los hoteles de lujo y el moderno centro comercial a pocas cuadras del templo, al que se debe entrar descalzo, para orar a alguna de las múltiples deidades tras las velas, y un grupo de mujeres, sentadas en el suelo, que comen los platos de arroz que les dio una institución de caridad.

En la India, el curso de medios fue invitado a Prasad, productora y escuela de cine, que entró al mercado americano digitalizando clásicos como Ben-Hur y Lo que el viento se llevó. El profesor y director de la escuela en Chennai, Venaktesh Chakravarthy, nos hizo un recorrido por la historia del cine hindú, del cual el conocido Bollywood es sólo un fragmento; y la profesora y cabeza de la sección de medios y entrenamiento, Uma Vangal, nos presentó los contrastes de un mercado cinematográfico segmentado por las diferencias culturales y religiosas dentro del país, que requiere que se filmen varias versiones de la misma historia, con elencos para cada audiencia y ajustes al guion para hacerlo más conservador, dependiendo del público al que vaya dirigido.

Hasta India, el viaje ya tenía bastante de realismo mágico, pero en Colombo, la capital de Sri Lanka, los días adquirieron un tono Macondiano: la banda de música y los bailarines acrobáticos que nos recibieron en cada lugar o la fila interminable de personas alineadas que formaban una pared esperando para saludarnos, mientras cada uno de nosotros recibía un coco perforado con una bombilla.

En el curso de medios visitamos el canal de televisión Independent Television Network, el más importante del país, sin embargo nosotros fuimos la noticia, las cámaras nos seguían y en un pequeño cine, nos mostraron en vivo el noticiero de las 10.30 am que daba cuenta de nuestra llegada a las instalaciones. Cuando detuvieron la grabación de la teleserie, no era fácil determinar si nosotros nos estábamos sacando fotos con los actores o ellos con nosotros.

En Sri Lanka, la nación de los Budas enormes, una familia nos recibió por un día y nos enseñó sus tradiciones: a comer con la mano, se hace una cuchara con los dedos y se empuja el alimento como una bolita con el pulgar. La visita al templo, que era fundamental, y el traje blanco que era requisito. Con la ayuda de un vecino, nos amarraron las faldas a la cintura. Nos abotonamos el cuello hasta arriba y luchamos contra el sudor tropical. El país tiene algo de paradisiaco y cuesta imaginar su lucha reciente para derrotar el terrorismo brutal de los Tigres Tamiles y superar una guerra civil.

Profesor por siempre

Cuando no nos sorprendíamos con las actividades en los países donde el barco se detenía, pasábamos días navegando en los que algunas de las actividades las organizábamos nosotros. La vocación llama y como no pude dejar de ser periodista, tampoco me pude desligar de la docencia. Muchos de los participantes compraron cámaras de fotos en el viaje, por ejemplo, la delegación completa de Sri Lanka; pero noté que varios las usaban en modo automático, por lo tanto organicé un curso de fotografía donde les enseñé conceptos básicos y a utilizar las funciones manuales de su cámara.

Una de las instancias académicas más relevantes en el barco eran los Seminars, instancia en que los participantes podíamos proponer una clase sobre nuestras áreas de experticia. Con cerca de 40 asistentes, hice una clase sobre storytelling basada en una de las clases del curso que imparto en la Facultad, Taller de Edición en Prensa. El desafío fue adaptarlo a un público general, que terminó compartiendo relatos en los que aplicaron técnicas narrativas.

Ellos contaron sus historias y yo ahí en la cubierta pensaba en la mía, en el Santiago lluvioso de hacía meses, en los días que habían pasado y en los que quedaban. No sabía si podría volver a sorprenderme después de esos estímulos. Quizás si nos invadieran los piratas, pensaba. Pero no hizo falta tanta acción para revitalizar nuestra capacidad de asombro. Cuando el calor se alejó y el frío nos indicó que Tokio se acercaba, la marea nos quiso dar una última sacudida, un permanente terremoto de siete grados las 24 horas. Sólo las pastillas contra el mareo nos permitieron seguir funcionando. Pero el mar también nos guardaba un regalo, la sorpresa final. Una mañana al desayuno, alguien gritó: “Dolphins”, y unos delfines pasaron nadando a nuestro lado, venían a decir adiós e imagino a desearnos suerte en lo que llegásemos a encontrar en el horizonte, atrás de la neblina.

Factchecking, el protagonista

Publicado en La Segunda el 28/09/2016

En una entrevista en CNN, Janet Brown, la jefa de la Comisión de Debates Presidenciales en EE.UU., opinó que los moderadores no debían concentrarse en hacer “factchecking”,  o revisión de los datos que los candidatos entregan al aire durante el encuentro. Dijo que podía distraer del objetivo, que los contendores debían chequearse entre ellos y que el moderador no debía actuar como la Enciclopedia Británica. El conflicto nace cuando los roles de moderador y periodista se fusionan sin límites claros. El moderador debe asegurar que se cumplan las reglas, mientras el periodista ha seguido la campaña y maneja información que puede fácilmente contrastar con lo que dice un candidato, además de tener oficio como entrevistador para hacer contrapreguntas oportunas. Los periodistas fueron incluidos en debates presidenciales televisados en 1960, en la campaña entre Richard Nixon y John F. Kennedy, porque los comandos querían evitar una confrontación directa entre los candidatos. Desde entonces, el periodista aporta una agenda a la instancia que no es la que intentan imponer los candidatos y que debiese estar en sintonía con la del votante. En el debate del lunes, el periodista Lester Holt, de NBC, encargado de moderar, definió su rol al comienzo de la jornada, expresando que sería un facilitador de la conversación y fue muy cauteloso en sus intervenciones para chequear información en vivo, dejando pasar errores. El candidato Donald Trump ha sido poco fiable durante toda la campaña y su reputación generaba expectativas de que se fiscalizara la veracidad de sus dichos. Eso explica que el chequeo de datos haya sido la respuesta del periodismo, en esta elección, para enfrentar la necesidad que tienen los votantes de confiar en los candidatos. El debate fue seguido por diversos portales que verificaron cada frase. Por ejemplo, el “factchecking” en vivo que hizo la NPR fue desarrollado por 20 periodistas y tuvo más de seis millones de visitas. Lo fundamental es que la verificación de información, ya sea en un medio periodístico o ejecutada por el moderador al aire, no se quede sólo en la obsesión por el dato o “facticity”, ni se vuelva un ejercicio de cifras. El objetivo es que acontezca lo que en inglés se llama “accountability” (el candidato debe responsabilizarse de sus palabras y acciones) y así el elector pueda discernir si amerita su voto.