La campaña del ingenio

Publicado en La Segunda el 14/10/20016

Las elecciones municipales ponen al barrio en agenda y con ello una nostalgia de la que carecen otras contiendas electorales. Sin la mediatización permanente de los candidatos a concejales y alcaldes, que ocurre sólo en casos excepcionales, la conquista de los votos entra en los códigos de las campañas premodernas —preeminentes hasta la década de los cincuenta, cuando se comienza a masificar la televisión—, que se concentran en el contacto directo entre candidato y elector. Caracterizadas por su impacto en universos de votantes reducidos y porque cuentan con candidatos en su mayoría desconocidos para el electorado, ya sea porque comienzan su carrera política o porque no han tenido exposición masiva, la campaña premoderna es más una competencia de partidos que de candidatos, en sectores que suelen tener tendencias predecibles en su sufragio. La elección de 2016, sin embargo, ha hecho evidente la crisis de confianza hacia los partidos políticos. En estas contiendas era habitual el voto dirigido a una colectividad, lo que permitía a algunos ediles permanecer en sus cargos como protagonistas de novelas de realismo mágico, y desplegar campañas que eran de posición política para mantener un voto que consideraban propio. Ahora, sin embargo, se ha pasado a una campaña de conquista, en que los partidos han tenido que reaccionar personalizando sus apuestas con candidatos que ya cuentan con visibilidad mediática, como políticos de trayectoria, ex participantes de realities y bailarines de televisión. Se trata de un intento por ahorrarse el proceso de posicionamiento de los candidatos menos conocidos. Estos, a su vez, han debido recurrir a mecanismos de mayor o menor ingenio, dependiendo de sus capacidades creativas, para que sus electores sepan quiénes son y puedan confiar en ellos. Medidas ansiosas como aparecer photoshopeado junto al Presidente de los Estados Unidos u otras que recurren a un abierto sentido del humor, como reemplazar un cartel roto con el candidato de carne y hueso, tener mascotas de espuma, eslóganes picarones y memes han sido parte del repertorio. Además de los puerta a puerta vecinales, se intenta de soslayo tocar el timbre de los medios masivos, y en su defecto, al menos conseguir un efectivo clic a clic.

Que no nos falte calle

Publicado en La Tercera el 20/12/2016

Estamos viviendo en el margen de error. Fuimos víctimas del factor humano que se enfrentó a las métricas y las estadísticas. Las encuestas, en que tanto confiamos, nos fallaron en 2016 y los periodistas quedamos con el despecho de los traicionados, buscando una y otra explicación.

La periodista de CNN Christiane Amanpour, en un discurso en los International Press Freedom Awards de este año, contó una anécdota. Ella estaba reporteando las elecciones de Irán en 1997, en las que resultó electo de forma inesperada el candidato reformista Mohammad Khatami, y relató que pudo predecir al ganador con un ejercicio sencillo: salió a la calle y habló con la gente.

La historia es decidora de la actitud que suele tomar la prensa en la cobertura de elecciones, al considerar las encuestas el único predictor del resultado y no una fuente más. Es una alternativa tentadora para el periodismo, porque en apariencia, al estar concentrada en datos, pretende ser objetiva y permite construir una narración atractiva de perdedores y ganadores. Sin embargo, como quedó demostrado con los triunfos del Brexit y de Trump, las encuestas se equivocan, no siempre son representativas y hay que plantearse escépticos a las metodologías con las que fueron elaboradas.

Similar es lo que ocurrió con la obsesión por el factchecking o verificación de datos. Como pocas veces, un candidato fue sometido a chequeos de datos tan meticulosos por los medios de comunicación como Trump, que evidenciaron que mentía con descaro, pero igual salió electo.

Hay una señal de alerta en eso, de qué nos sirven los resultados de las encuestas y un factchecking detallado, si no somos capaces de conectar con la realidad, de llegar a los lectores y de usar esa información como un antecedente para construir historias más complejas, que den cuenta de las sutilezas dentro de una sociedad, de los votantes duros, los indecisos, los que desconfían y de sus preocupaciones.

Lo cuantitativo es un antecedente, pero cuando estamos en un contexto periodístico narrando la realidad de un país, considerando sus matices y diversidad, los elementos cualitativos son fundamentales. Un artículo del Washington Post, sugería que para recuperarse de lo que calificaba como el “desastre” de las encuestas, había que cruzar esos datos con fuentes adicionales, por ejemplo, el contenido de las redes sociales. Más sencillo aún, es salir del reporteo de escritorio, dejando los zapatos en la calle.

En Chile nos acercamos a una elección presidencial y tenemos la oportunidad de salir a buscar esas historias. De no quedarnos en la dependencia de la encuesta CEP o Cependencia, que en la elección presidencial anterior, condicionó el reporteo y la forma en que fueron tratados los candidatos, según sus resultados: en los debates algunos recibieron preguntas que daban por hecho su derrota.
Ya los medios están levantando precandidatos, que están recibiendo una cobertura mayor, solo porque los números de las encuestas los ampararon. Se les está dando espacio y visibilidad.

Corremos el riesgo de deslegitimar a los que no están en los sondeos, y si no vemos cuál es el rango de acción real de todos los candidatos, quiénes son sus seguidores, qué buscan y en qué creen, podemos terminar subestimando el potencial de algunos y perder de vista el país que estamos retratando.

Para que no nos siga maltratando la posverdad, sugiero retornar a un objetivo tan esencial como desafiante, salgamos a reportear intentando acercarnos lo más posible a la verdad.

Como niños

Versión original y extendida de la columna publicada el viernes 2 de septiembre de 2016 en el diario La Segunda de Chile.

Ilustración bajo licencia Creative Commons: https://www.flickr.com/photos/donkeyhotey/24854169213

«Si los niños ven a un personaje que tiene un discurso discriminatorio contra las minorías y que los hace a ellos sentirse vulnerables, rompe con las expectativas de lo que se requiere de un futuro gobernante. Por qué, por ejemplo, un niño soñaría con ser presidente, si uno de los caminos posibles es ser como Trump».

Por Enrique Núñez Mussa, Profesor Facultad de Comunicaciones UC

Un diario chileno replicaba un artículo de La Nación de Argentina que se cuestionaba cómo explicarle Donald Trump a los niños y reproducía las preguntas que hijos estadounidenses de familias latinas le hacían a sus padres. Tan lógicas que estremecían. Reflejaban el temor a dejar su país y tener que cuestionarse cosas que nunca se habían planteado. Un primer acercamiento a que la realidad que daban por segura no era tal.

Los niños son una audiencia difícil, porque exigen respuestas racionales que exponen las contradicciones de la situación política sin matices. La nominación del candidato del Partido Republicano, obliga a los padres como narradores a darle sentido a ese relato, lo que resulta conflictivo, porque significa reconocer la fragilidad de los símbolos políticos que dan cuenta de la salud de una democracia.

Se ha estudiado en Estados Unidos que el rol de Presidente de la República tiene un liderazgo simbólico, es una figura ejemplar en quién los votantes depositan expectativas sobre su carácter y conducta moral, que dan cuenta de su capacidad para dirigir la nación. Un estudio clásico arrojó que los electores buscan en un presidente que sea la combinación entre un héroe y un amigo.

En un país con una democracia sana, que cuenta con legitimidad, es decir cuyos miembros consideran que es el sistema adecuado de gobierno para ellos y por ende actúan acorde a sus procesos, un candidato que llega a la última instancia de la elección, se espera tenga los méritos para ostentar el liderazgo simbólico que exige el rol.

Si los niños ven a un personaje que tiene un discurso discriminatorio contra las minorías y que los hace a ellos sentirse vulnerables, rompe con las expectativas de lo que se requiere de un futuro gobernante. ¿Por qué, por ejemplo, un niño soñaría con ser presidente, si uno de los caminos posibles es ser como Trump?

El candidato exige a los padres explicar el sistema democrático con sus méritos, pero también reconocer en esa explicación sus falencias. Como las historias son la mejor herramienta que tiene el ser humano para explicar y entender un conflicto, los padres deben convertirse en narradores y usar metáforas que ayuden a simplificar la situación.

Ese ejercicio demuestra que los niños acentúan el sinsentido que ha significado el personaje para todos los públicos. Los adultos nos hemos encontrado buscando la misma explicación en la prensa. En esta elección, más que nunca, el periodismo ha tenido que dotar de sentido a la realidad a través de sus narraciones.

Los periodistas han usado las mismas estrategias que un padre o una madre con sus hijos. Sobre todo, desde que Trump alcanzó la nominación, la prensa ha tenido que desarrollar historias cuyo objetivo es dar cuenta de que este candidato es una anomalía dentro del sistema democrático. De esa forma, por ejemplo, se le ha comparado con un virus que enferma a un cuerpo saludable.

Estados Unidos es un país que ha logrado hacer sentido de su diversidad étnica y racial a través de las historias. En lo que queda de elección, es el momento de que la prensa trabaje con el recurso de mostrar antes que contar, para contrastar el discurso de Trump y presentar las realidades pendientes como la integración de los latinos y de los árabes, y su sentimiento hacia el país.

Es también la oportunidad de ayudar a los padres a explicarles a los hijos quién es Trump, más allá de lo inmediato, cuestionándose por qué quiere ser presidente. De qué manera se relaciona este hombre con el poder; y mostrarle a los niños que pese a que la democracia puede tener falencias, también les da a los ciudadanos la oportunidad de ser los héroes de la historia, porque con el acto de asistir a las urnas a votar, se puede vencer el virus.

La lista de títulos multipropósito

Colega editor, yo se que Ud. necesita clics y que tener títulos ingeniosos, creativos, con valor periodístico y además atractivos, todos los días, en sus redes sociales es casi tan difícil como pedirle pautas con las mismas características. Por eso, para que no se complique, aquí una lista de títulos multipropósito para que no se siga esforzando tanto:

  • Mira lo que le pasó a…: Aplicable a todo. El rango varía desde una mantarraya bailarina en monopatín que le hizo fotobomb a un periodista en cámara, hasta un periodista en monopatín que le hizo fotobomb a una mantarraya que estaba haciendo un despacho. Todo vale. En un mal día se sugiere agregar: No creerás lo que le pasó a…
  • El asombroso cambio de…: Transformaciones de toda índole, gordos en flacos, hipopótamos en ornitorrincos, etc. En un mal día se sugiere agregar: ¡Te sorprenderá!
  • Mira cómo está ahora: Estrella infantil de hace diez años, verificar si es mayor de edad, revisar su Instagram y compartir fotos. También aplicable a individuos captados caminando por la calle cuyo aspecto esté en considerable decadencia.
  • Las sensuales vacaciones de (modelo de la televisión): Tres fotos de Instagram en traje de baño. #PULITZERSEGURO
  • El imperdible descuido de (nombre de famosa) en (evento al aire libre, de preferencia alfombra roja): Calzones. #PULITZERYPERIODISMODEXCELENCIAJUNTOS
  • El peor día de…: Personaje televisivo comete un error en cámara. Embeber tres tuits con críticas.
  • La (agregar adjetivo a gusto, pero se sugiere «acalorada») polémica entre (da lo mismo, tienen que trabajar en la tele y haberse dicho algo): Se sugiere agregar dos tuits a favor de uno, dos a favor de otro, y uno chistoso.
  • Los mejores memes de (elegir evento): Sólo el titular y los memes, para qué complicarse. No es necesario que de verdad sean «los mejores», con diez basta.
  • El (usar adjetivo a gusto) gesto de (elegir personaje) por (elegir causa social):Ejemplos: el tierno gesto de un padre por los zurdos (señor vestido de mano izquierda); el atrevido gesto de los manifestantes por el derecho a usar cotonitos (manifestantes se limpian las orejas caminado por la calle).
  • Sabías por qué…: Aplicable a hábitos alimenticios, del sueño y a productos en desuso.
  • Los personajes de (elegir dibujo animado) dibujados como (elegir otro dibujo animado): Buscar fan-art de monos Disney como súper héroes y publicarlo.

‘The Get Down’, estado de emergencia

Foto: https://www.facebook.com/thegetdownlat/

The Get Down es sobre lo orgánico. En la serie la palabra «emergencia» se puede leer de dos maneras, la primera da cuenta de la cultura del hip hop que emerge, mientras la segunda interpretación es de emergencia como la reacción a crisis que conducen a los personajes a encontrar soluciones para sus problemas sociales, creativos y económicos.

El guión disfrazado de drama musical, es más una historia de aventuras y crecimiento, con capítulos construidos en una dinámica de desafío-solución para presentar el camino de formación de un héroe que, desde el comienzo, sabemos en qué se va a convertir. La serie abre cada capítulo con el resultado. Lo que queremos es saber cómo el protagonista llegará a ser un personaje como Drake, Jaz Z o Kanye West.

En los capítulos se retratan mecanismos creativos, asociados a las fracturas dentro de la vida y entorno de los personajes que dan origen a la necesidad de esos procesos de expresión. La trama avanza mostrándonos de qué manera nacen y se van consolidando signos distintivos de la cultura hip hop como el break dance o las bases musicales.

Ya sea en las paredes o en la poesía de rimas de un MC, los personajes son escritores, hablan de lo que les duele y, a la vez, no quieren que sus mundos y sus vidas sean anónimas, les interesa trascender, intuyen la importancia de lo que están haciendo, en parte por ambición personal, en parte también porque necesitan gritar, aullar e identificar a otros en ese aullido, en una generación que la serie refleja como ausente de referentes estéticos e ideológicos, donde impera la música disco y la superficialidad. Por ende, el grupo protagónico toma decisiones como una respuesta a esa cultura del vacío, en lugar de una actualización.

The Get Down muestra la forma en que surge y se construye la voz genuina de los autores cuando convierten las limitaciones aparentes en oportunidades y consiguen, desde esa posición honesta, crear algo original

Adiós cazador

Publicado originalmente en Medium.

Michael Cimino no fue un director prolífico ni consistente, pero con una película hizo más que muchos en toda una carrera. Un homenaje a The Deer Hunter, tras la muerte del realizador.


El director Michael Cimino murió a los 77 años y de su carrera destacó sólo una película. Pero qué película, The Deer Hunter, la segunda que filmó y que lo llevó a una gloria que no volvió a replicar. Con Oscar a mejor director y película incluidos.

En su ambición por encerrar la vida, The Deer Hunter narra una historia, que como pocas, es capaz de reflejar el paso de la inocencia y las expectativas hacia el desencanto y el sin sentido, exigiendo a los personajes reinventar su identidad para sobrevivir ante las circunstancias.

Un grupo de amigos demasiado seguros de sí mismos, tanto como para correr desnudos y borrachos en un suburbio donde no hay más riesgo que el de un resfrío y que construyen su virilidad y confianza en jornadas de cacería deportiva, sueñan con su futuro antes de partir a la guerra. Uno de ellos contrae matrimonio, en una secuencia que exuda alegrías y esperanzas. Serán las últimas.

Esa primera parte, funciona como una película por sí sola y cumple el objetivo de reflejar un mundo que consigue nuestra empatía con el suficiente compromiso, para que nos derrumbemos junto a los personajes cuando Vietnam les hurte la posibilidad de volver a sentirse así por el resto de sus vidas.

El sueño americano se extingue con esa generación. Estados Unidos quedará tan escindido como esos jóvenes. La muerte es un juego, es banal, es la ruleta rusa, es DeNiro y Christopher Walken jugándose el destino con un arma en la sien, porque ya nada queda por perder.

La película refleja con maestría la necesidad de reinventarse y la imposibilidad de desprenderse de las consecuencias de la guerra. De esa forma, la cinta se convierte en un puente natural entre el clásico The best years of our lives y la más reciente The hurt locker, para mostrar como la violencia de un conflicto bélico trauma a una generación.

Los que sobreviven lo hacen con cicatrices de las que no se pueden librar, porque un ser humano que fue empujado a sus límites más brutales, queda ahora sí desnudo, enfrentado a sus emociones más oscuras y contradictorias. Vivirán con la necesidad de cerrar sus procesos, pero lo que pueden encontrar tras esa búsqueda, es tan peligrosamente azaroso como el resultado de una ruleta rusa.

What we don’t talk about when we talk about love or what I learned after recording 22 interviews with people from 11 countries about how they experience love

Introducing the Love Project

I promised myself I would never use or paraphrase the title of Raymond Carver’s short story collection (What we talk about when we talk about love), because it is a cliché, but I had to. Probably I will never find a more accurate opportunity than this post to use it.

Love is such a core element of human relations that has been intensely explored while it is never explored enough. The Modern Love column in The New York Times is an example that as many unique and diverse humans populate the planet, as unique and diverse will be the ways of experiencing love.

The feeling comes attached to our cultural background and our sentimental education. To memories, experiences, movies, songs, expectations, persons and an infinite list of elements that conform our definition of a concept that paradoxically seems to be universal, but as the title that Editor Gordon Lish gave to Raymond Carver’s short story, we are not totally sure if we are talking exactly about the same thing.

The aim of this article is to introduce a project that was born from this concern. During the 28th version of the international program The Ship for World Youth, organized by the Government of Japan, who reunited 240 people from 11 different countries (Australia, Bahrein, Chile, India, Japan, México, New Zealand, Russia, Sri Lanka, Tanzania and United Arab Emirates) I took part of the Information and Media Course, facilitated by the TV Documentary Director Mifuyu Shimizu.

In the course I met Ruriko Kikuchi. As a pre-departure assignment she had made a short video asking her family and friends what was love for them. The idea, she told us, came from a statement that hooked the rest of the group: “I’ve never said: I love you, to my parents”; what sounded quite hard at a first instance, turned to be a revealing element of Japanese culture. While other cultures use the expression even to promote hamburger brands, in Japan there is not even an accurate translation to their language.

The first creative meeting. Photo by Shun Taguchi.

The final part of the course consisted in developing a group project. Ruriko wanted to continue exploring the issue of love. A bunch of us were interested in the idea and decided to join her in this journey. From our first creative meeting we took two decisions to guide the project:

1) We would talk about what we don’t talk about when we talk about love. We would do our best to avoid the obvious cheesy relationship stories or anything that could even resemble Valentine ’s Day.

2) We were inside a ship with people from 11 different countries, so we had a unique opportunity to compare. We would interview a man and a woman from each country. We chose them based on their personalities and what we had observed and learned about them in almost a month living together.

Then we came with a questionnaire that had to be broad enough in order to apply it to all the interviewees, but that would allow us to take them to places where they could not avoid showing their most authentic feelings and thoughts. Of course, we could be flexible and come up with follow up questions if it was necessary, but the basic questions were:

1.- What are you passionate about?

2.- How do you express and experience love?

3.- What do you love?

4.- If love was a color what color would it be?

5.- If love was a sound what sound would it be?

6.- If love was a smell what smell would it be?

7.- How would you define love without using the word love?

8.- How would you express love in your own language?

Most of the interviews were conducted smart and sensitively by Natalia Luna from México and Emma Wooldridge from Australia, all in the same location. With the exception of Ruriko who we decided to include as an interviewee, as part of her own discovery in the development of the project, the interviewees were invited without knowing what the conversation was going to be about.

The location for the interviews. Photo by Enrique Núñez Mussa.
Interviewer Natalia Luna in the first day of shooting. Photo ENM.

The answer to the question about their passions used to be speeches related with their careers or ideals, but after the second question all reacted with a surprise face and the tone of each interview changed. Although as the song lyric says: “Love is in the air”, when we stop for a while to give words to the processes associated with it, we force ourselves to be logical.

I could see in the face of each interviewee how authenticity was manifested in their eyes and expressions during the merge of pathos and logos. I learned looking at them that we are so busy feeling love and focusing the analysis on the persons and situations we attach to that feeling that we tend to forget to analyze how we experience the feeling by itself.

When checking the videos, I was captivated on how everyone looked so honest and warm on camera, with a genuine charisma. Therefore I also learned that to get the best shot of someone, it helps to take them to an emotional state where they will not be able to protect themselves through a mask or how they would like to appear for an audience.

Mirror portrait during the shooting.

It was a privilege to be the director, cinematographer and video editor of this short documentary working with an awesome team: Aoi Shimizu, Asumi Hashi, Emma Wooldridge, Natalia Luna, Ruriko Kikushi and Ryosuke Osaka.

Each one contributed essential elements to make it work.

I also want to recognize that the background music is from a talented Chilean artist called Diego Peralta and it was used under a Creative Commons License, with no commercial purposes.

This is the first cut of the documentary edited in a rush during our last days in the ship. Although I am happy with the result, I know there are still aspects –specially technical, like the sound of some of the interviews– to be improved, but on the other side I am sure its content is valuable and must be shared.

We still have to define what will be the next step for this project. Meanwhile I would like to invite you all to think about the questions and answer them for yourself, it is a revealing exercise and of course to watch, enjoy and share the video.

The documentary was featured at the Facebook web page of the Russian Love Film Fest

lovedoc

 

El remezclar de la fuerza

Publicado en Medium. 

No soy un fan acérrimo de Star Wars, pero me gustan. Valoro sobre todo que la saga la creó un tipo fanático de las carreras de autos y la velocidad, medio nerd, pero que soñaba con ser un James Dean, que hacía cortos raros y experimentales en su universidad y que en vez de carretear, los sábados por la noche se quedaba escribiendo en un cuaderno historias de personajes con nombres medio camp (Luke se llamaba Starkiller), que ocurrían en planetas inexistentes. En síntesis: un autor.

Me gusta que en las tres primeras se notan todavía las palabras escritas a mano en un cuaderno. Una nueva esperanza era una película por la que el estudio y sus colegas directores no daban un peso (excepto Spielberg que le hizo una apuesta por la que aún hoy recibe millones), ni siquiera George Lucas, lo que le entregó mucha libertad. Ahora la damos por hecho, pero en el cine de los 70 donde imperaba el realismo y la historia urbana, era una rareza.

Algo inexplicable que estaba en el límite entre la superproducción y el cine B, una línea que a Lucas le ha costado calibrar en su carrera, sobre todo como productor, muchas veces cayendo en el mal gusto y un humor sonso (La segunda parte de American Graffiti, el especial de navidad de Star Wars, Howard the Duck, la inclusión de Jar Jar Binks en el Episodio 1, etc…).

Eso a la vez implica un riesgo. Exponerse, jugársela por algo que puede ser tanto odiado como amado y con la primera trilogía de Star Wars le resultó, lo amaron. Ese es el juego, eso es ser un autor, enfrentarse desnudo y que te tiren tomates o que enganchen, pero en ningún caso dejar de explorar y de exponerse con honestidad.

Con la segunda trilogía le tocaron los tomates, pero no se puede negar que era una obra cargada por sus obsesiones e influencias. De él. Fue esa ausencia de temor ante el riesgo y lo inexplorado, lo que terminó impulsando la industria de los efectos especiales, a través de su empresa Industrial Light & Magic.

En cambio ahora nos enfrentamos a una película concebida para ser amada y el problema con eso es que no se atreve a correr riesgos, por lo tanto hay guiños, pero no coqueteo. Se siente tan familiar, que a ratos es como si la hubiésemos visto, aunque lo que presenta en pantalla es pragmáticamente nuevo, las estructuras y elementos sustanciales son los mismos. Es un espacio cómodo, pero que carece de sorpresa.

La diferencia está en la cadena de influencias detrás de la obra. El despertar de la fuerza es como un cover o un remix de las ediciones anteriores, hay una sola gran fuente de origen de la que se nutre y actualiza y reordena los elementos, pero al final estamos bailando la misma canción, con ciertos aspectos formales que dan cuenta de la mano del DJ, en este caso J.J. Abrams, que hace como nunca que las luces de colores se reflejen en los cascos de los stormtroopers y los sables en los rostros de los combatientes. Ok, sí, pinchó el disco con pericia, concretando una experiencia estética placentera y efectiva en sus ritmos narrativos, que se deja ver con fluidez, pero no compuso algo nuevo.

La primera Star Wars mezclaba el cine de Kurosawa, el teatro Kabuki, el cine clásico de aventuras rotativas como Flash Gordon, la pasión por la velocidad y estructuras mitológicas amparadas bajo la conceptualización de Joseph Campbell, entre otros elementos, que dan cuenta de un camino de formación personal, tan personal que hasta la, entonces, esposa del director se hace cargo del corte, porque nadie lo conocía mejor que ella.

Tampoco es necesario volver a inventar la rueda, pero cuando el objetivo es conquistar consumidores en lugar de corazones, incentivar a que los niños compren juguetes en lugar de que se entusiasmen a salir a explorar y vivir sus propias aventuras, es difícil sorprender, impactar y enamorar.

La cinta entretiene y a ratos encanta, pero no se sostiene sin sus predecesoras. Se habría agradecido algo de riesgo, cierto nervio que implique no concederlo todo, para que sea un universo que funcione bajo sus propias reglas narrativas y no las que podría esperar el público.

Es valorable una protagonista femenina y un elenco que como el original apuesta por la normalidad en los actores, no hay físicos privilegiados y los grandes nombres son de antaño, el resto está empezando a construir sus carreras, lo que es una estrategia brillante que creó el mismo Lucas, en las primeras cintas, para mantener la verosimilitud dentro de un mundo de naves y extraterrestres.

El despertar de la fuerza más que una película, es una experiencia popular con todos sus añadidos de merchandising. Es como quién baila una de sus canciones favoritas en una fiesta con sus amigos, sorprendiendo en algo a los más jóvenes, pero a la vez, dejando en claro que eso que ya fue, no les pertenecerá nunca como le perteneció a ellos.

No hay un verdadero despertar. La fuerza siempre estuvo ahí en la primera trilogía. Esta película la remece un poco, pero es ante todo una invitación para retornar y, en el caso de los nuevos espectadores, redescubrir el origen.

Trump: la prensa, la narrativa y lo que queda por contar

Publicado en El Mostrador el 29 de Julio de 2016. 

Por Enrique Núñez Mussa, Facultad de Comunicaciones UC

En una elección democrática, los candidatos, periodistas y electores, entran en un triángulo de agendas en competencia y, por ende, de narraciones que intentan dominarse entre sí. Varios estudios empíricos han advertido que en periodo de elecciones los votantes perciben el mensaje de los candidatos con atención selectiva según sus afinidades, afiliación y prejuicios.

Por lo tanto, los electores suelen ser menos críticos respecto al discurso de “su” candidato, ven con facilidad sus virtudes y detectan defectos en el rival. En el caso de los votantes indecisos, su llegada al candidato tiende a ser por el que sienten más afinidad desde el carisma, para aproximarse luego a sus ideas. En ambos procesos, usando conceptos de Aristóteles, el pathos, la reacción emocional al discurso, y el ethos, que da cuenta de la credibilidad del narrador por su carácter, anteceden al logos, que implica la ponderación lógica de los argumentos.

Es una situación a la que se puede aplicar el paradigma narrativo del profesor Walter Fisher, que indica que los seres humanos procesamos la información a través de historias y que los individuos adoptarán la narración que tenga una coherencia interna que se ajuste de mejor forma a sus creencias previas. Las historias están estructuradas para generar un efecto en las emociones del receptor. En ese escenario, uno de los factores que ha influido para que Donald Trump logre la nominación como candidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos, fue que utilizó una herramienta narrativa para apelar a los electores.

Su relato hace una interpretación oportunista de hechos como la masacre de Orlando, para, desde la amenaza aparente, construirse como un héroe de carácter firme que defenderá al país. Es un discurso que intenta evidenciar una nación de cristal, llena de amenazas, que requiere ser fuerte nuevamente. Para hacerlo se apoya con imágenes que representan su aparente poderío y capacidad, como la de un gran muro para separar a Estados Unidos de los inmigrantes, cuya única frontera pertinente es la de lo mítico y la megalomanía.

El escritor Carmine Gallo, en el libro The storyteller’s secret, explica que uno de los mecanismos efectivos para generar empatía al construir un relato, es identificar a un antagonista que se opone al avance o que amenaza la estabilidad del protagonista. Ese antagonismo conduce a que personajes disimiles puedan unirse en función de protegerse de la amenaza. Esa estructura dramática clásica, provoca incertidumbre y el deseo de mantener las cosas como están o de recuperarlas. Las sociedades experimentan esas incertidumbres cuando se enfrentan a crisis, por ejemplo, un ataque terrorista cuyo objetivo comunicacional es producir ese efecto.

Trump, en el discurso tras su nominación por el Partido Republicano, intentó aunar voluntades de votantes duros e indecisos inventando una crisis de seguridad y atribuyéndosela a un enemigo común. Qué más fácil que convertir en antagonistas a quienes no tienen el acceso a los medios ni la influencia para contar su propia historia: las minorías.

Convirtió a la inmigración en una figura abstracta y lo suficientemente amplia, para que los electores le den la forma que deseen en sus cabezas, cargada por prejuicios ignorantes, que suscitan una cadena de malos entendidos, que enturbian y contaminan la realidad. Transformando a quienes buscan refugio en sinónimo de terrorismo o en una bestia de película de acción que desintegrará el orden, para atentar contra la peligrosamente invocada seguridad nacional.

Esa es la estructura dramática que subyace a la teoría realista, que ve al hombre desde una perspectiva hobbesiana, y que desconfía de las instituciones y los acuerdos para mantener la seguridad del Estado ante una situación de alerta permanente. Acá gana el que se defiende mejor, sin respetar la filosofía de los tratados, la confianza en los organismos establecidos y el diálogo, que sostiene la teoría liberal, y que fue fundamental para mantener el equilibrio entre naciones durante la segunda mitad del siglo XX. La misma visión que el candidato Trump tiene para sustentar sus ideas de política exterior y que ha ejercido al interior de su partido para conseguir la nominación.

Él se aprovechó del proceso de personalización de la política, utilizando sus años de exposición mediática para imponer su carisma y carácter, infiltrándose en la estructura de partidos como un virus que la descompone. Trump deja a un lado los ideales que fundaron el Partido Republicano y, en su lugar, se aprovecha de las divisiones dentro de la colectividad para avanzar.

Fue un narrador capaz de identificar los prejuicios de un sector de su electorado para construir a partir de ahí un relato. Una historia con coherencia interna, pese a no tener consonancia con lo que ocurre al exterior de los márgenes de su discurso. Es el miedo en respuesta a la amenaza, lo que puede llevar a los menos críticos de sus electores a asimilar las correlaciones espurias de Trump para mantener a salvo al país, y es una lealtad emocional al partido, la que puede llevar a los republicanos detractores a apoyarlo.

Una idea que puede servir para entender la preponderancia de este vínculo entre emocionalidad y razón durante la campaña, está en los nuevos hábitos para consumir contenidos. Las redes sociales se han vuelto un canal de distribución en que el usuario interactúa con la información desde el pathos. El usuario no solo comparte y comenta los contenidos de política, sino que en una plataforma como Facebook indica también si le gustan, le encantan, lo divierten o lo enfadan, entre otras reacciones que fueron añadidas este año; mientras en Twitter, la estrella que permitía marcar un mensaje como favorito, se convirtió en un corazón.

Trump, que fue presentado como un personaje de comedia por la visionaria y desaparecida revista de sátira política Spy a fines de los 80, que lo calificó como un vulgar de dedos cortos, entendió en las primeras etapas de la campaña que podía aprovechar la emocionalidad a su favor, a través de la provocación, para posicionarse en la agenda periodística. Los medios se fueron paulatinamente dando cuenta de un avance que parecía delirante, hasta que a la revista Time no le quedó otra que anunciar que habría que lidiar con él, con el titular: “Deal with it”.

Desde la perspectiva de un periodismo público, en el que la prensa es entendida como un actor importante para dotar de sentido a la realidad y fiscalizar al poder para mantener una democracia sana, su rol puede ser fundamental en los últimos meses de campaña, los más influyentes para el electorado. Si bien la prensa no es la única responsable, ya que es solo un actor más, puede aún asimilar la emocionalidad en la cobertura de la campaña y encauzarla para que los electores puedan entender las consecuencias de su decisión al votar.

John J. Pauly, en un ensayo en el libro The idea of public journalism, publicado en 1999, distinguía con preocupación tres corrientes paralelas: un periodismo basado en los datos, otro en la narrativa y un tercero centrado en generar conversación pública. Su llamado era que debían integrarse, que los lectores hacían sentido de la realidad desde las narraciones y que era necesario que el periodismo más duro, centrado en datos, aprendiera de los contadores de historia y sus habilidades para construir estructuras dramáticas.

Ese llamado puede aportar en esta última etapa para desvanecer los temores infundados. Además de revisar las imprecisiones y errores en el discurso del candidato, y de revisar su historial de momentos ligados al entretenimiento, es momento de que las pautas se concentren en presentar las consecuencias de un posible gobierno de Trump, combinando los datos duros disponibles, con la proyección que permite la narrativa y el posterior efecto que puede tener en la conversación pública.

Emoción y razón pueden trabajarse en conjunto, para derrumbar la muralla que Trump construyó en la mente de los electores. Los periodistas como contadores de historias pueden aún guiar el relato y utilizar sus herramientas fiscalizadoras para aportar a que se detenga un descalabro en ascenso y aportar a que regrese el sentido común. La historia que cuenten, puede terminar cambiándola.

Parla più piano

Originaly published in Old movies for modern times on june 23rd of 2012.

The story behind the score of The Godfather.

After 40 years of the release of the Corleone family saga, is a fact that it has become an ageless movie. It is always refreshing to enjoy again its outstanding narrative plus its huge performances and the treatment given to the topics behind the story such as family, loyalty and power. That package would not feel the same without a fundamental detail that takes over the audience ears. The addictive melody composed by Nino Rota, known as The Godfather love theme.

A melody that almost disappeared before the release of the first film, but finally became part of the identity of the movie and a narrative key element. Francis Ford Coppola was a fan of Rocco and his brothers (Luchino Visconti, 1960) and of the score that Nino Rota wrote for that story. He wanted Rota to write the music for his own film of Italian brothers.
Walking at an airport Rota told Coppola that he got the tune for the Corleones and hummed it to him. The director immediately gave his approval. While the initial version of the film contained Rota’s creations in several scenes, Robert Evans the production chief at Paramount Pictures did not like it at all. Coppola agreed to make a special screening, just to test if the audience liked the music. The lucky ones who saw The Godfather exclusively for the first time, not only loved the soundtrack, they also applauded a future classic of cinema.
That convinced the studio, but they allowed the filmmaker to keep the score only in some scenes. In others, Rota’s work was replaced. For example in the Hollywood sequence, before the head of the horse appears over the bed. Nino Rota had written a song called The pickup, instead the studio chose jazz music that gave a historical context.
The score was nominated to an Academy Award in 1972 but it was disqualified because part of the composition was used in the Italian picture Fortunella (Eduardo de Filippo, 1958, with script by Federico Fellini). After the success of the first Godfather movie Nino Rota and Carmine Coppola, father of the director, won the Academy Award in 1974 for Best Music, Original Dramatic Score in The Godfather II.

In The Godfather III, the main song appears in its Sicilian version Brucia la terra and has an important narrative role, because it works as Michael Corleone’s “rosebud”. While Anthony Vito Corleone, his son, who chose the opera before the mafia, performs the song, Michael remembers his Sicilian wedding when Apollonia was murdered and then looks at his daughter Mary flirting with Vincent Mancini. He realizes that living with a gangster is living with the nightmare of death.
The song has been recorded several times in its Italian version, Parla più piano, and in English as Speak softly love, with lyrics by Larry Kusic. One of the most popular versions is the one by Italian singer Gianni Morandi. Rock has tasted the Godfather sound in the electrical guitar version by Slash on stage. Even actor Dominic Chianese, Johny Ola in the Godfather II, recorded a cover, taking some advantage from his appearance in the film.

Among the new versions, there is one that is particularly exciting, makes the hair stand on end and makes me desire that if Vito and Michael Corleone redeemed their sins; they will find this scene when they arrive to heaven. I’m talking about the version by the beautiful British soprano, Katherine Jenkins.

Enjoy: